jueves, mayo 29, 2008

29-05-08. El egoísmo

Hoy tengo una palabra controvertida, y digo esto porque si bien durante mucho tiempo se la trató como un defecto, el mundo en el que vivimos parece haberle cambiado el sentido. La palabra es egoísmo.

Esta palabra viene de la raíz ego, que tanto en griego como en latín significa yo. Ismo, por su parte, es una desinencia que significa conformidad en el modo de ser y obrar. La desinencia en sí puede tener una connotación negativa, positiva o simplemente descriptiva. Si la terminación se aplica a algo bueno dará una virtud, por ejemplo moralismo es actuar conforme a la moral. Si se aplica a algo malo dará un defecto, por ejemplo tabaquismo. El neutro tiene que ver con lo descriptivo: socialismo, o cristianismo, palabras que tienen que ver con la forma de actuar en relación a estas doctrinas.

Egoísmo entonces es actuar, obrar, hablar, pensar, etcétera en relación al yo, a mi yo. En general se tomó al egoísmo con un defecto, sin embargo, hoy se habla de sano egoísmo. De mirar hacia uno porque de esa manera se crece, se madura, etcétera. Se construyen doctrinas en las cuales primero hay que mirarse a sí mismo, ya que con eso se logra ser mejor para eventualmente poder dar a los demás. No es que esté del todo mal, pero lo cierto es que es muy fácil extralimitar estos argumentos, y nunca salir de esa forma de pensar que tiene al yo en el centro. No es para nada complicado pasar del egoísmo a la egolatría, que ya no es actuar pensando en el yo sino adorar al yo.

A mí me gusta pensar que el egoísmo tiene que ver con puntos de vista –la egolatría en cambio se pasa, porque alguien que adora está cegado, y por lo tanto no ve nada–, y me parece que tenemos que tener cuidado con esto de los puntos de vista. Porque si miramos las cosas desde o hacia un solo punto de vista nos perdemos un pedazo de la realidad. No se puede ver la vida sólo pensando desde el yo, o desde el mí, o desde lo mío.

Me imagino, para ejemplificar esto, una negociación en la que cada negociador sólo ve su parte. No sólo no ve la del otro, sino que tampoco ve la de cualquiera que pueda a estar a su alrededor, y que se perjudica a medida que la no negociación, o la negociación egoísta, no llega a ningún lado. Ridículo, ¿no?, pero de que ocurre, ocurre.

Les traje un cuentito que creo que tiene que ver con esto de los puntos de vista, y de cómo el quedarse con sólo en uno de ellos, puede hacerlo a uno verse terriblemente ridículo. Dice así:

“Un día como cualquier otro, una señora ya mayor va al cementerio para llevar flores a la sepultura su difunto esposo.

Amorosamente llega a la tumba, se hinca a un costado de la lápida, y con mucho amor coloca un hermoso ramillete de flores en un pequeño vaso dispuesto a tal efecto.
Permanece un rato allí, contemplando la sepultura. Seguramente ensaya alguna oración, pasan por su mente imágenes de la vida pasada.

Repentinamente levanta la cabeza, sin ninguna razón aparente, hallando un par de tumbas más allá a otra señora que, como ella, parecía estar visitando la sepultura de su difunto esposo.

La observa con detenimiento y descubre en esta otra mujer rasgos orientales. No es eso sin embargo lo que le produce curiosidad, sino el hecho de que esta otra viuda deposita, con su mismo cuidado y amor, un plato de arroz sobre el frío mármol. Nuestra protagonista se extraña, pero sigue en su plegaria.

Cuando concluye y comienza a alejarse, aún curiosa, la mujer de rasgos orientales se levanta también para retirarse, y por esas casualidades que son más buscadas que fortuitas, ambas se cruzan en el pasillo de salida.

La primera mujer, no consiguiendo contener su incertidumbre y sin pensarlo demasiado, algo en serio pero no sin ironía, pregunta:

-Discúlpeme por favor, ¿pero cree usted realmente que su difunto vendrá a comer el arroz?

La mujer de rasgos orientales la mira, gira su cabeza para observar, desde lejos, el lugar de donde su casual inquisidora provenía, y tomando aire para responder, le dice con calma:

-Sí. Creo que mi difunto vendrá por el arroz. Seguramente ocurrirá cuando el suyo venga por el aroma de las flores”.

No digo que haya que mirar el punto de vista del otro, y no el nuestro, eso sería otrismo y también se parcial. Pero ya que somos tan evolucionados, porqué no desarrollamos el nosotrismo, o sea una forma de actuar que tenga que ver con el “nosotros”, que incluya en vez de excluir. Sería tal vez más interesante y seguramente menos solitario.


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jueves, mayo 22, 2008

22-05-08. El glamour, unplugged

Quedó claro para mí, después de lo que me enseñaron los diccionarios, que el glamour es un problema. De hecho la palabra misma engaña. Aunque parece proveniente del francés, por el ou con que se escribe, en realidad viene del inglés, y quiere decir exactamente encanto mágico. Pero con un sentido, proveniente del medioevo, relativo al ocultismo y a la magia negra. En definiciones que se encuentran en diccionarios de inglés se alude a poderes que afectan la vista, haciendo que los objetos o las personas parezcan diferentes de lo que realmente son. También se describe como embrujo u obra de hechiceros, o como un interés artificial, o una asociación particular con un objeto, a través de la cual este aparece magnificado o glorificado.

Un desastre. Este glamour parece más peligroso que la bomba atómica. Nos venden glamour todos los días para embrujarnos, para someternos. Para hacernos percibir por los sentidos y luego asentir con lo que nos venden, sin pensar. Para que consintamos con enunciados que no son más que engaños. Para ganar nuestra voluntad… después verán que hacen con ella.

¿Quién nos hace esto? No soy un perseguido. No creo en la conspiración global del capitalismo o de los grandes sistemas interestelares de invasores que pretenden destruir la Tierra. Pero el glamour está allí. Alguien lo sacude de un lado para el otro, y nos cae en la cabeza como ladrillazos tirados desde un edificio de veinte pisos.

Hay hoy estrellas glamorosas, llenas de silicona, colágeno, gel, mampostería, piel sintética injertada en el cuerpo, en fin… Mujeres –y hombres también– de más de sesenta años que parecen tener cuerpo de chicas de veinte; y cuando la camilla del cirujano ya no alcanza entonces viene el retoque de la fotografía. La cirugía dura algo más en el tiempo, pero el photo shop dura lo que dura el flash de la máquina fotográfica. ¿Necesitamos realmente que nos inyecten tanto glamour por los ojos?

Hay también políticos glamorosos. Que cambian su figura para las campañas, que se tiñen, que se cambian el peinado o se agregan las caras, que se alían con izquierdas y derechas según la moda del momento. Que consiguen otras figuras glamorosas para sus listas: artistas, actrices, personas o personajes públicos, para que nos identifiquemos con ellos y asintamos en votarlos. Después de todo, el momento más glamoroso de un político es su campaña y la asunción. Acto seguido, cuando llega el momento de trabajar y cumplir, se acaba el glamour, allí es donde les llega la depresión post-urna, se les cae el maquillaje y vuelven a ser lo que eran antes de los retoques.

Esta necesidad de glamour, que hace que las canas se disimulen, atrapa a muchos. Woody Allen dijo una vez:

“Las canas ya no se respetan, se tiñen”.

Que cierto, pero: ¿quién tiene la culpa? Porque en general se la echamos al que no respeta, y lo cierto es que el primer faltador al respeto es el que se las tiñe. Si el que las tiene, si el que se las ganó, las tapa y las esconde, porqué los demás habrían de respetarlas.

Vamos a pasear un poco más por la literatura. Fíjense en esta cita de un excelente libro (1) que habla sobre una banda de rock que, según la definición que estamos usando, no fue glamorosa, porque no creo que haya engañado o sometido a nadie al menos con malas intenciones. Dice así:

“Está en la naturaleza humana trascender. Todos, en una u otra medida, buscamos trascender en la vida. De acuerdo a las distintas idiosincrasias, hay, para cada ser humano, una búsqueda distinta en cuanto a trascender. Hay, con arreglo a las diferentes ideologías que la cultura occidental nos impone, muchos caminos posibles para trascender. Según algunos, los hombres trascienden por su obra. Según otros se trasciende a través de los hijos. Otros eligen la religión esperando, justamente, trascender en otra vida. Hay por supuesto, quienes buscan trascender a cualquier precio, que en general, termina siendo muy alto y poco rentable”.

Fantástica cita. La última forma de pretender trascendencia, a la cual los autores se refieren, es la glamorosa, la que no requiere ningún esfuerzo. Esta es que es poco rentable porque es fugaz, y lo fugaz no puede ser trascendente ya que es lo contrario. Además, estos glamoures aplicados a tratar de trascender terminan generalmente en patéticos triples y cuádruples estiramientos de piel, o reelecciones, con el objeto de intentar mantener lo efímero del embrujo. Como dice la cita se termina pagando un precio muy alto, altísimo: el del desengaño.

Cuando yo era chico, hace demasiado, mis padres me decían:

“No mientas Josecito, las mentiras tienen patas cortas”.

Hoy yo diría:

“No se operen, los colágenos y los estiramientos tienen patas cortas”.

Con los políticos no perdería el tiempo porque recomendarles no mentir sería lo mismo que pedirles que se cortaran las cuerdas vocales. Pero es como me decían mis padres. La fugacidad del glamour es brutal. Un gran amigo mío, José Levante, decía con asiduidad:

“Yo nunca me fui a acostar con una mujer tan fea como con las que me levanto”.

Nunca entendió mi pobre amigo. El glamour dura lo que los sentidos tardan en despejarse, lo que el alcohol en sangre tarda en diluirse, y normalmente, –muchas veces nos ha pasado con glamoures políticos por desgracia– cuando esto pasa, aparte de ver la verdad despertamos con terribles dolores de cabeza.

Volviendo a la cita, lo que sí vale la pena en el querer trascender tiene que ver con el trabajo, con el estudio. Como dijo Domingo Faustino Sarmiento (2):

“Los discípulos son la mejor biografía del maestro”.

Interesante, ¿no? La trascendencia garantizada en términos temporales y en cantidad de personas que han de hablar del maestro. Pero para que lo que ellos digan con su vida hable bien del educador, el susodicho tendrá que no sólo haber dedicado tiempo sino también esfuerzo para lograr así lo mejor de sus alumnos.

¿Habrá algo menos glamoroso que el trabajo y el estudio? Probablemente casi nada. Horas de “oscuridad” y de “soledad” para crecer, para no ser sólo cartón pintado y sí tener verdadero contenido. Seguro no es glamoroso. Porque no es un arreglo externo para lucir bien por un momento, debe ser una construcción sólida, y eso lleva tiempo.

¿Qué pasa cuando aplicamos el glamour a otras cosas más allá de la política o del espectáculo? Por ejemplo al amor. Aquí hay una frase de una escritora americana (3) que trae un poco de luz sobre este asunto:

“Romance es el glamour que transforma el polvo de la vida común, en una bruma dorada.”

No deja de ser poético, y el romance no es malo, pero tener que ver una cosa cuando realmente es otra no deja de ser peligroso. Es cierto que el polvo de una vida en común no tiene nada de glamoroso, pero si uno logra apreciar y valorar ese polvo, que se junta de tanto vivir en común, la bruma dorada aparecerá igualmente como consecuencia del esfuerzo conjunto en vez de ser producto de una ilusión visual. Sin criticar la cita, ya que una cita siempre está sacada de contexto, me gusta más esta otra (4):

“El amor es como una amistad en llamas. Al principio la flama, bella, se presenta feroz y rutilante, aún así es sólo luz y chisporroteo. Cuando el amor crece y persevera, nuestros corazones maduran y nuestro amor se transforma en brasas, con mucho calor interno y muy difíciles de apagar”.

Que gran diferencia en la forma de describir lo mismo. Una brasa difícil de apagar, o una bruma dorada que disimula el polvo que se acumula con el vivir común.
¿Cuántas veces preferimos las llamas chisporroteantes o los destellos dorados? ¿Cuántas veces nos planteamos llegar a tener brasas inapagables en el corazón, aunque también produzcan cenizas, o polvo? Hoy pareciera que lo glamoroso es lo fundamental. La luz nos llama más que el calor, lo dorado o lo platinado llama más que las cenizas o el polvo, aunque lo primero sea efímero… o quizás porque lo primero es efímero.

Tal vez, y para rescatar a la primera cita, el romance deba retirar la ceniza de alrededor de la brasa, respetándola en vez de disfrazarla. Tal vez eso haya sido lo que la autora quiso decir. Revivir el romance para quedarnos con lo mejor de ambas versiones, calor interno y romance a la vez, sobre el mismo sujeto. No están contraindicados.

Creo que esta otra cita redondea lo que quiero decir:

“Un verdadero hombre no necesita enamorar a una mujer diferente cada noche. Un verdadero hombre enamora a la misma mujer por el resto de su vida”

Si después de esto no se convencen de que no soy ni pretendo ser glamoroso, no se que más hacer.

El glamour requiere de condiciones base para instalarse. John Berger (5), un artista inglés, nos da una pista:

“El glamour no puede existir sin que esté instalado, y sea considerado como una emoción normal, un sentimiento personal de envidia social “.

Nuestra sociedad se educa así hoy. El individualismo que supuestamente nos debe guiar, ya que si cada uno logra lo mejor para sí la sociedad mejora –base de la teoría económica que sustenta el capitalismo–, se ha tal vez extralimitado transformándose más en egolatría que en sana competencia por mejorar. ¿Cómo alimentar esta competencia?, con envidia. Si no resulto tentado, embrujado con cosas que no tengo pero considero mejor que lo que sí poseo, no hay motor para el “avance”. Esto llevado al extremo acelera el ritmo de consumo y produce trabajo, mayor comercio, etcétera, etcétera. ¿Qué más produce este sencillo modelito? Todo el resto de las consecuencias que vivimos en las sociedades de hoy. El glamour sólo se agrega para que lo visto en otro lado sea deseable. Sin esa envidia, que tal vez haya sido buena alguna vez, el glamour sería “transparente”, no lo veríamos, estaríamos vacunados, protegidos, no nos embrujaría.

Debemos tal vez ser menos ególatras –o individualistas extremos– y cambiar la supuesta satisfacción que el glamour promete por verdadera satisfacción construida con esfuerzo y trabajo. La envidia carcome, nos carcomemos y nos desgastamos en búsquedas de contenidos que el glamour no contiene. ¿No será mejor gastar esas calorías en otras cosas?

Como dijimos ya, este asunto no es de hoy, aunque tal vez hoy los medios masivos hayan ayudado a que esté mucho más difundido.

Hay un libro cuyo nombre ha sido traducido al castellano como Las 36 estrategias chinas (6). El nombre en inglés de este libro, aparentemente más fiel al contenido original, se llama 36 Stratagems. Estratagema, en castellano, no significa estrategia, sino que según la RAE quiere decir: ardid de guerra, astucia, fingimiento y engaño artificioso. Suena a glamoroso, ¿no? Pues bien, el libro trata de diversas formas de ganar sobre un adversario encontrando formas de engañarlo, de confundirlo, de hacerlo caer en trampas previamente construidas. Es esta una línea de ideas compartida en gran medida por otros libros de estrategia militar, sólo para citar uno de ellos por ejemplo: El arte de la Guerra (7), de Sun Tzu (8), que postula entre otras cosas que la batalla mejor ganada es la que no se lucha, siendo que el adversario se rinde pensando que nuestra fuerza es superior. De echo, para nada un mal consejo.

En este libro de estratagemas hay justamente una que se llama: “Crear algo a partir de nada “, y en una de las versiones que comentan sus recomendaciones, se refieren a la misma de la siguiente forma:

“Si se es capaz de crear algo a partir de nada, las circunstancias más insignificantes pueden conducir al éxito. La mentira repetida mil veces puede llegar a aceptarse como verdad. Convertir algo pequeño en enorme, creado a partir de actitudes preexistentes para avivar los miedos, aumentar los prejuicios o desviar la percepción de los hechos. Una variante es hacer pensar a los demás que uno no tiene nada cuando en verdad se tiene algo”.

Glamour puro. Desde campañas electorales hasta romances, o peleas inventadas entre glamorosas figurillas del espectáculo, no van a decirme que esta regla no ha sido usada hasta el hartazgo.

El glamour, o sus equivalentes están presentes en todos los órdenes de la vida, en la estrategia militar, en la política, en el espectáculo, en el amor, en la economía de consumo, en las campañas publicitarias… en todo lo que se les ocurra.

Glamour: un intento de someter nuestra voluntad, mediante los sentidos, para que caigamos embrujados o hechizados en los designios del glamoroso. Desde las antiguas estrategias de guerra chinas, hasta lo propuesto por pensadores de inicio del pasado, o definiciones del amor maduro por autores y actores, el glamour está siempre presente. Se puede llamar de una forma o de otra, se puede esconder en palabras y disfrazarse de retórica, pero pareciera ser como el sol, siempre está. No se ha inventado aún un protector para el glamour, como sí se ha inventado un protector para los rayos del sol. ¿Por qué será? Tal vez porque no conviene que dejemos de exponernos al glamour.

A mí no me gusta que me embrujen, o que me sometan, o que se queden con mi voluntad, así que para mí, el glamour ya no tiene nada de glamoroso.




J. R. Lucks


Referencias:

(1) The Beatles, Dos de nosotros. Esther Vicente y Gustavo Ghisalberti, 1997

(2) Domingo Faustino Sarmiento: (San Juan, Argentina, 15 de febrero de 1811 – Asunción del Paraguay, 11 de septiembre de 1888) fue un político, pedagogo, escritor, docente, periodista, estadista y militar argentino; gobernador de la Provincia de San Juan entre 1862 y 1864 y presidente de la República Argentina entre 1868 y 1874. También se destacó por su laboriosa lucha en la educación pública.

(3) Amanda Cross: (seudónimo de Carolyn Gold Heilbrun. Enero 1926 - Octubre 2003) Escritora y crítica Americana, feminista y autora de novelas de misterio.

(4) Bruce Lee: (San Francisco, California, noviembre de 1940 - Hong Kong, julio de 1973) fue un artista marcial y actor chino. Reconocido exponente de fama mundial, y renovador de las artes marciales de mediados del siglo XX.

(5) John Peter Berger: (Londres, 1926), crítico de arte, pintor y escritor. Entre sus obras más conocidas están G., ganadora del prestigioso «Booker Prize» en 1972 y el ensayo de introducción a la crítica de arte, Modos de ver.

(6) Las 36 estrategias chinas. Editorial Quadrata.

(7) El arte de la Guerra. Sun Tzu. Editorial EDAF, 2006.

(8) Sun Tzu: Legendario general chino. Fue el autor del más antiguo tratado militar chino, que se estima que fue escrito alrededor del 500 a.C.



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jueves, mayo 15, 2008

15-05-08. El glamour

Hoy vamos a hacer bastante etimología. La palabra elegida es glamour. Sí, eso que hoy por hoy hay que tener, nos venden glamour, nos recomiendan ser glamorosos o glamorosas. Hay estrellas que derrochan glamour, la gente se opera para sentirse más glamorosa, en fin el glamour hoy es deseable.

Bueno glamour figura en el diccionario de la Real Academia Española, así que es una palabra que se puede usar en nuestro idioma, y en este noble diccionario nuestra palabra de hoy significa: encanto sensual que fascina.

¡Aha!, me dije a mí mismo, esto no me aclara demasiado, así que me puse a buscar entre los significados de encanto, de sensual, y de fascinar.

Encantar viene del latín incantare, y significa primero que nada: someter a poderes mágicos. “Empezamos mal”… pensé para mí, así que seguí leyendo y descubrí que también significa: atraer o ganar la voluntad de alguien. No me gustó nada esto de encantar. Sigo leyendo y me encuentro con el tercer significado que le da el diccionario de la RAE: entretener con razones aparentes y engañosas. Definitivamente lo de encantar no me pareció muy sano. El primer componente de glamour, entonces, tiene que ver con atraer para someter con razones aparentes y engañosas.

Vamos pues a la tercera palabra de la definición: fascina. El glamour fascina. Y fascinar, según el mismo diccionario viene de fascinare, que en latín quiere decir embrujar. También en latín, fascinum, es embrujo. Fascinar según la RAE es: engañar, alucinar, ofuscar; atraer irresistiblemente; y como tercera definición hacer mal de ojo.

Este glamour es un peligro. Me somete a un embrujo, me atrae irresistiblemente y me hace el mal de ojo para ganar mi voluntad.

Y, ¿cómo hace eso? Ahí entra la segunda palabra de la definición. Sensual. Recordemos que glamour es: encanto sensual que fascina. O sea, hasta ahora: sometimiento sensual que embruja. Pero ¿qué quiere decir sensual? Bueno, sensual es: perteneciente o relativo a las sensaciones de los sentidos. Se dice de los gustos y deleites de los sentidos, de las cosas que los incitan o satisfacen y de las personas aficionadas a ellos.

O sea que sensual es lo que entra por los sentidos, por los cinco sentidos, lo que uno incorpora “sin pensar”, “sin razonar”. Sensual viene del latín sentire, que, como se darán cuenta, significa sentir. De la misma raíz vienen palabras como consentir, o asentir, y por lo tanto de allí se derivan significados como opinar o darse cuenta.

¿Está mal ser sensual?, o sea: ¿está mal percibir cosas por los sentidos? De ninguna manera. Sólo que una vez que algo fue sentido sería bueno pensarlo, para que no me someta a un embrujo, al menos tan fácilmente.

Hasta acá con las definiciones. Lo cierto es que lo glamoroso está de moda, cuesta resistirse a lo que brilla con glamour. Este asunto termina siendo como un imán que nos arrastra, que nos atrae a pesar de que sea para someter nuestra voluntad. Veamos que nos decía (1) don José Ortega y Gasset (2) por allá por la primera mitad del siglo pasado. Hace más de 60 años:

Es la época de las corrientes, del dejarse arrastrar. Casi nadie presenta resistencia a los superficiales torbellinos que se forman en arte o en ideas, o en política, o en los usos sociales. Por lo mismo, más que nunca, triunfará la retórica.

El triunfo de la retórica: en glamour hecho palabras. Parece que no es un problema nuevo. Lo que también parece es que no lo pudimos arreglar. Imagínense lo que diría ahora don José Ortega si viera lo que los medios masivos de comunicación le hicieron a su preocupación. Cualquier cosa que fuese un torbellino superficial que arrastraba, hace 60 años, ahora se transformó en la tormenta perfecta multiplicada por cuatro a nivel interestelar...

Apliquemos ahora esto a la política. Si suena bien, si la retórica es buena: se cree, y eventualmente se vota. La verdad nunca es tan glamorosa como una buena promesa. La atracción de una campaña bien armada, con figuras llenas de glamour, fascina, o sea embruja. Desde hace tiempo que las contiendas preelectorales se juegan más en las pantallas de televisión y en los avisos en vía pública, que en los debates. Y realmente no creo que tenga que ver sólo con la era comunicacional en la que vivimos, es que no tienen nada que decirse, nada que debatir. Si lo hicieran sólo romperían el encanto al que someten a la gente, la cuál, como hubiese dicho mi abuelo, se daría cuenta que no son más que cartón pintado. Actualizando a don Manuel, hoy se podría decir con más glamour: colágeno maquillado o entretejidos teñidos; pero en el fondo no cambió nada.

No nos dejemos arrastrar. Duele que a uno lo arrastren. ¿Se dejarían arrastrar por un auto?, entonces: ¿porque dejarse arrastrar por un gobierno, o por un programa de televisión glamoroso?

El glamour nos somete a un embrujo, nos atrae para que veamos algo de una forma distorsionada, diferente en relación a cómo realmente es. Cuidémonos entonces del glamour y de los glamorosos.

Una amiga mía, Josefina Martillazo, a la cual siempre aprecié por sus pensamientos aunque no tanto por modales, decía: “Si la moda es ser estúpido, es mejor no andar a la moda”.



J. R. Lucks



Referencias:

(1) La Rebelión de las masas. José Ortega y Gasset. Editorial Espasa Calpe, 2007.

(2) José Ortega y Gasset, (Madrid, 9 de mayo de 1883 – Madrid, 18 de octubre de 1955). Filósofo y ensayista español, famoso por su crítica de la civilización moderna. Gran pensador, gran filósofo que con sus artículos, conferencias y ensayos -sobre temas filosóficos y políticos- contribuyeron al renacer intelectual español de las primeras décadas del siglo XX.



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miércoles, mayo 07, 2008

08-05-08. La coherencia, unplugged II

Continúa del unplugged anterior


¿Cuál es esa “oscuridad” poco glamorosa donde tal vez la satisfacción marginal no sea decreciente? Será que en nuestro interior, que en nuestras familias, que en nuestro trabajo, que en nuestro estudio, que con nuestros amigos cercanos podemos encontrar la satisfacción que un par de zapatillas o una salida al cine ya no nos pueden dar. Será que volver a viejas conductas como las de reflexionar, las de leer, las de conversar en familia de temas que no salgan en los noticieros, las de compartir y las de comprometerse con una pareja, nos pueden llenar lo que el último reproductor de mp3 no llena porque apenas lo compramos ya salió el que lo supera. ¿Suena incoherente?, puede ser. Seguro que suena incoherente si se lo planteamos a alguien que necesita vender “acción que nos suba la adrenalina”. Pero créanme que no es ridículo.

El problema con las conductas que acabo de mencionar, es que como nadie las ilumina, se ven oscuras, y la oscuridad siempre da miedo. Uno no sabe que es lo que va a encontrar. Tal vez encuentre una relación con su padre o su madre que no se consigue en ninguna cadena comercial. Tal vez encuentre un compromiso con alguien que valga la pena, pero que no vea con buenos ojos un cambio de pareja cada semana. Tal vez descubra una pasión por cierto tema, o por leer, o por un deporte que lo distraiga luego para ver el último programa de televisión, o le haga perder el gusto por bajar de Internet cuanta película nueva se ponga disponible. Cosas terribles pueden encontrarse en esa oscuridad interior y familiar. Cosas que pueden alejarlo a uno del mercado de consumo masivo hyper acelerado. Cosas que lo pueden a uno hacer pasar por ridículo con los que viven de tendencia en tendencia, como Don Juan saltaba de conquista en conquista. Cosas que nos pueden llevar a ser incoherentes con la imagen de última moda, que alguna tienda de ropa esté pretendiendo imponer.

Yo lo veo, incluso, como un desafío personal. Para caerle bien a los demás sólo hay, en general, que vestirse a la moda del día, escuchar la música que todos escuchan y hablar de los temas que nos dicen que hay que hablar. Para caernos bien, en serio, a nosotros mismos, el esfuerzo es mayor. Para caernos bien a nosotros mismos hay que ser exitosos verdaderamente, no sólo famosos. Para caernos bien no alcanza con que la ropa sea la de moda, tenemos que sentiros bien con ella. Tal vez por eso sea más fácil buscar en la luz que otros nos prenden, que en nuestra oscura interioridad.

Hoy existen campañas masivas de publicidad que nos proponen ser diferentes, aunque la forma de serlo sea comprar un producto que es igual para todos. Hasta se han desarrollado tendencias minimalistas, o sea que el no tener, el tener cosas simples o pocas cosas, también se ha transformado en negocio. Desde sus “coherencias”, no participar es “ridículo”.

Tanto nos han –y nos hemos– cebado con el consumo indiscriminado y acelerado de bienes con satisfacción marginal decreciente, que nos hemos educado para eso. Hacemos lo mismo ya con sensaciones, con sentimientos, con afectos, con relaciones. Buscamos más y más y no sentimos el avance, porque cada nueva relación, cada nuevo sentimiento, cada nueva sensación, viene de lugares en los cuales no está lo que buscamos. La excitación que produce la nueva droga no se compara con la que causa el logro personal. Ésta última es infinitamente mejor y más duradera que la otra, lo que pasa es que la última droga se compra en el baño de un bar, y el logro personal no. Lo cierto es que a ese baño vamos a tener que volver cada vez más seguido, mientras que por el otro camino esto no pasa. El logro personal satisface notablemente y perdura en el tiempo, pero requiere esfuerzo, requiere dedicación, requiere decisión y constancia… palabras éstas que no están necesariamente de moda, palabras que alguien podría considerar obsoletas, casi ridículas.

El crecimiento personal viene de dentro de nosotros y se proyecta hacia los demás, pero requiere tiempo, tiempo que hoy no tenemos mientras vamos de vidriera en vidriera. Hay veces que me pregunto ¿por qué hay programas de televisión en los cuales los conductores sólo pueden mantener el ritmo del mismo si gritan constantemente? Y es porque parece ser la única forma de mantener la atención del público. Tan estimulados estamos a la no introversión, que no hay forma de pasar un momento evaluando nuestra propia conducta. Desde el aparato ultramoderno recién comprado en cómodas cuotas, el locutor nos grita para que no caigamos en la tentación de pensar y reflexionar, o en la de intentar una conversación con el que tenemos al lado si nuestra propia oscuridad produce demasiado vértigo.

Es probable que la economía de mercado siga rozagante –tal vez hasta sea bueno que así sea–. Incluso no me parece ilógico pensar que en algún momento cercano en el tiempo, el par de zapatillas que acaba de cumplir un mes en nuestra propiedad se autodestruya transformándose en el folleto de las próximas que tenemos que comprar. El problema es, y va a seguir siendo, del que piensa que allí va a encontrar satisfacción verdadera, auto conocimiento, crecimiento, madurez, cierto grado de plenitud. Yo soy un hombre optimista. La juventud siempre se ha revelado contra las tendencias de su tiempo. Es lógico, la juventud quiere crear su propio medioambiente. Confío en que la juventud no se va a dejar llevar. Que se va a animar a buscar fuera del reflector la llave de su maduración. La clave que abre la puerta de un camino de crecimiento y autorrealización que no viene como accesorio de un equipo de música.

Alejandro Dolina, en lo que yo considero un fantástico tratado (1) de “filosofía porteña”, se refiere a algo parecido a lo que comento. Describe éste fenómeno desde lo que significa hoy viajar para conocer un mundo, en el que trasladarse se hace cada vez más seguro, más sencillo y más barato. Él termina su reflexión sobre el asunto con un par de frases que me parecieron pertinentes. Dice:

“No esta mal contemplar las catedrales góticas, los canales de Venecia o la gran muralla. Si está mal creer que esas contemplaciones darán sentido a la vida.
Para encontrarse a uno mismo no es necesario caminar mucho. Se los digo yo, que me he rastreado por todas partes y me encontré en el patio de mi casa, cuando ya era demasiado tarde”.

Si no creen que Dolina (2) sea un pensador digno de sus entendimientos, entonces vean lo que Séneca (3), filósofo de la antigua Roma, le aconsejaba en una carta (4) a uno de sus discípulos:

“¿Por qué te maravillas de que tus viajes al extranjero de nada te aprovechan, cuando es a ti mimo a quien llevas de un lugar para otro? Te agobia la misma causa que te impulsó a salir. ¿En qué puede aliviarte la novedad de las tierras? A nada útil conduce ese ajetreo. ¿Quieres saber porqué esa huida no te reconforta? Huyes contigo mismo. Tienes que descargar el peso del alma; hasta entonces ningún paraje te agradará”.

No es el dónde viajemos, o el qué compremos. No es cuál espectáculo o recital presenciemos. Es a quién llevamos. Si no nos preocupamos de ese quién, sea en el patio de casa o en la oscuridad de nuestras interioridades, capacidades, deseos y voluntades, no nos aliviará la novedad de las tierras, o la fidelidad del equipo de música, o la tracción y el peso de las nuevas zapatillas.

Volvamos a lo básico, y no estoy hablando de volver a la moda de una época en la que se usó ropa sencilla, –aclaro esto por las dudas ya que todo se utilizó alguna vez como slogan publicitario–. Estoy hablando justamente del patio de casa, de conversar con la familia, de establecer relaciones relativamente estables. Estoy hablando de darle real importancia al estudio o al trabajo que tenemos entre manos, porque son excelentes formas de aprender y de crecer. Estoy refiriéndome a mirarnos por dentro, y perseguir esa estrella con nuestro nombre y apellido que es la única que puede ponernos luz verdadera; para de esta manera no tener que buscar en los reflectores que terceros interesados nos enciendan.

Que la rebeldía y la inteligencia de esta juventud que tenemos hoy juegue el juego del consumo masivo, pero sólo para que los precios de las cosas sigan bajando. Que les haga creer a los publicitarios que sus campañas son excelentes, y que sigan así aumentando los volúmenes para que aumente la ocupación y todo el mundo tenga trabajo digno. Pero no caigamos en la ridiculez de buscar la llave de nuestro crecimiento, de nuestra búsqueda de satisfacción, y de nuestra necesidad de pertenencia, en donde no está, ni estuvo, ni nunca estará. Nuestro interior, nuestra familia, nuestros reales amigos, pueden ser menos glamorosos que un reflector de “consumiendo por un sueño”, pero la satisfacción marginal que causa cada logro en esos frentes es mucho más nutritiva.



J. R. Lucks


Referencias:

(1) Crónicas del Ángel Gris. Alejandro Dolina. Grupo Editorial Planeta / Booket, 2003.

(2) Alejandro Dolina: (Baigorrita, Partido de General Viamonte, Provincia de Buenos Aires, 20 de mayo 1945) es un escritor, músico y conductor de radio y de televisión argentino. Realizó estudios de Derecho, Música, Letras e Historia.

(3) Séneca: Lucio Anneo Séneca, también conocido como el joven (4 a.C. - 65 d.C.). Nació en Corduba, en la provincia romana de la Bética (actualmente Córdoba, en España). Hijo del orador Marco Anneo Séneca, fue un filósofo romano conocido por sus obras de carácter moralista.

(4) Cartas Filosóficas, de Platón a Derrida. José González Ríos. Editorial Quadrata, año 2005.



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jueves, mayo 01, 2008

01-05-08. La coherencia, unplugged I

Si bien usamos muchas veces las palabras ridículo e incoherente cómo sinónimos, claramente no lo son. Ser coherente es seguir una actitud lógica con una posición anterior. Ridículo es lo que mueve a la risa. Desde este punto de vista alguien puede ser coherente y ridículo a la vez, por ejemplo, si se continúa aferrado a posiciones anteriores que ya no hacen sentido, por haber evolucionado la sociedad o la conducta de las personas.

El asunto, muchas veces, es que los que definen el “contra que compararse” se nos imponen, y nos hacen aparecer ridículos por no seguir una moda o una tendencia impuesta por algún interés particular. Es interesante como juegan estas palabras. Coherencias o incoherencias que producen risa. Lógicas que indican conductas coherentes, o incoherentes, muchas veces inducidas por fuentes ilógicas, lo cual es ridículo.

El grotesco, lo extravagante, que sí son sinónimos de ridículo, son muchas veces una excelente fuente de educación. Se usan normalmente para mostrar lo que no tiene sentido tratando de producir una sonrisa, y por lo tanto es pedagógico y agradable a la vez.

Hay un cuento que siempre me pareció, no solo gracioso, sino, sumamente educativo. Dice así:

“Muy tarde, por la noche, José se encuentra dando vueltas alrededor de una farola mirando hacia abajo. En ese momento pasa por allí un vecino.
– ¿Qué estás haciendo José, has perdido alguna cosa?– le pregunta.
– Sí, estoy buscando mi llave.
El vecino se queda con él para ayudarlo a buscar. Después de un rato, pasa una vecina.
– ¿Qué están haciendo? – les pregunta.
– Estamos buscando la llave de José.
Ella también quiere ayudarlos y se pone a buscar.
Luego, otro vecino se une a ellos. Juntos buscan y buscan y buscan. Habiendo buscado durante un largo rato acaban por cansarse. Uno de los vecinos pregunta:
– José, hemos buscado tu llave durante mucho tiempo, ¿estás seguro de haberla perdido en este lugar?
– ¡No!, dice José.
– ¿Dónde la perdiste, pues?
– Allí, en mi casa.
– ¡Entonces!, ¿por qué la estamos buscando aquí?
– Pues porque aquí hay más luz y mi casa está muy oscura”.

Ridícula la actitud de José, ¿cierto? Buscar algo donde no está, sólo porque allí hay más luz. Porque ese lugar, en donde no hay chance de encontrar lo que se busca, es más agradable. José encuentra bajo la luz, mejores condiciones para la búsqueda, aunque desde el inicio sepa que esta no llegará a buen puerto.

Esto me lleva a pensar en una situación que me preocupa desde hace tiempo. En términos económicos podría enunciarse como: la progresiva reducción de la capacidad de satisfacción marginal de los bienes, que pareciéramos cada vez desear más.

Incesantemente buscamos, y buscamos, más, y más cosas que nos prometan satisfacción: el más recientemente lanzado par de zapatillas que nos permitirá correr más rápido o hacer más goles; el más liviano y mejor diseñado aparato de música portátil que nos anuncian como “lo último”.

No me molesta parecer la edad que tengo –bastante– por eso puedo testificar que antes uno tenía que ahorrar mucho tiempo para poder comprar algo, y luego ese algo se usaba y se disfrutaba por otra muy buena cantidad de tiempo. Hoy todo está más accesible, lo cual es bueno, pero la satisfacción que causa ese todo es cada vez más efímera. El primer par de zapatillas, creo que a todos, nos dio más satisfacción que decimonoveno. A esto llamo la satisfacción marginal decreciente, a la que agrega el nuevo bien adquirido, y que definitivamente pareciera haber ido reduciéndose con el correr del tiempo.

Lo que nos excita a seguir en la búsqueda, es ver si lo que viene será realmente lo que nos colme. Esto nos trasforma en algo así como Don Juanes, buscando siempre una conquista adicional porque ya la captura no nos satisface, necesitamos estar constantemente cazando, pues se nos encarnó una necesidad de búsqueda que no satisface ninguna pieza.

¿A qué se debe esto?, ¿por qué las zapatillas modernas –que de hecho son mucho mejores que las antiguas– parecieran producir menos satisfacción que las de antes? Es parte del modelo económico social en el que vivimos. Si el nuevo producto nos satisface por un tiempo prolongado, no salimos a comprar el nuevo, y eso es hoy pecado mortal.

El producto no es malo, pero la campaña de publicidad del reemplazo es maravillosa, una notable y fascinante tentación. Sería una “ridiculez” no hacer caso. No estaríamos siendo “coherentes” con la moda, con las tendencias, con nuestra capacidad de gasto…

¿Será así? O será que como José estamos buscando en donde hay luz lo que se nos perdió por otro lado. Es más cómodo buscar en la luz, el problema, es si el reflector lo prendió alguien que nos quiere ayudar a encontrar lo que buscamos, o simplemente nos quiere “vender” algo. ¿Buscamos en el lugar correcto? Esta satisfacción marginal decreciente, ¿se debe a que los bienes que adquirimos no tienen capacidad suficiente de satisfacer? o ¿será que estamos tratando de apagar un incendio con combustible? ¿De quién tomamos la pauta en cuanto a dónde es ridículo buscar satisfacción y dónde no?... ¿de las revistas de moda?... ¿de los programas de baile o de patinaje?... ¿de los titulares de los diarios?

Los mayores tuvimos la chance de vivir en un mundo en el cual había que esperar por un beso. Hoy un “piquito” entre niños de jardín de infantes es celebrado por todo el mundo. Los tiempos cambian. ¿Mejor o peor?... ninguna de las dos cosas: diferente. Pero es indudable de que la aceleración de los tiempos, la quema de etapas, el acceso precoz a prácticamente lo que sea, marcan parte del fenómeno del que estaba hablando unos párrafos antes.

Los niños y los jóvenes de hoy se crian en un mundo acelerado, han nacido con el capitalismo y su modelo triunfante de altos volúmenes de producción. No es malo que el comercio se incremente. No es necesariamente malo que compremos un par de zapatillas cada dos meses. De eso depende el trabajo de mucha gente, y esto, en algunas sociedades y en algunos casos, contribuye al bienestar. Lo que está mal es buscar allí, en esa luz, lo que no ha de encontrase. Un joven que necesita afirmarse en su personalidad, que necesita sentirse aceptado por sus amigos, que quiere comerse el tiempo para poder hacer y vivir todo lo que lo tienta, corre hoy un gran peligro de estar buscando en la zona iluminada lo que sólo puede hallarse fuera del haz del reflector.

La autorrealización, el amor, la completud que da un trabajo bien hecho, el logro de un objetivo complejo, la admiración de un hijo, la admiración hacia el logro de un hijo… eso no se encuentra en la vidriera de una tienda. La satisfacción marginal de estas últimas cosas que acabo de enumerar sigue estando intacta. Nadie nos las puede “vender”, por eso conseguirlas sigue costando lo mismo que cuando yo era joven. La satisfacción de lograr ser una mujer o un hombre de bien, en la definición de cada uno, vale más que cien pares de zapatillas. Lo que pasa es que nadie la publicita, nadie le prende la luz a cosas como las que acabo de enumerar. Nos convencen de que es “incoherente” y “ridículo” no estar a la moda, o no comer lo que se impuso como tendencia. Pero: ¿quién nos recuerda que es incoherente y ridículo no compartir con la familia?... ¿o cumplir con nuestras promesas?... ¿o lograr lo que nos propusimos desde lo profesional?

¿Por qué para pasar un fin de semana “coherente” hay que recorrer tiendas en un shopping center, y comer fast food, y luego ir a ver una película?, ¿por qué quedarse en casa y compartir algo con los más cercanos es ridículo? El shopping, el cine y la hamburguesería están dispuestos a recibirnos, no nos van a presentar ningún problema. La interacción humana en cambio puede ser un poco más trabajosa y compleja. Lo cierto es que la satisfacción marginal de la primera salida es efímera, y la que se consigue luego del esfuerzo de la segunda dura mucho más.

José buscaba la llave bajo el farol porque allí es más fácil buscar, tal vez él ni siquiera quería encontrarla; inclusive en su búsqueda terminó acompañado, de haber encontrado la llave en la oscuridad estaría solo en su casa. Pero no deja de ser ridículo. No busquemos nosotros nuestras llaves donde sabemos que no están.


Continúara la semana que viene en otro unplugged


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