jueves, septiembre 25, 2008

25-09-08. La primavera, unplugged

Primavera en inglés se dice spring. Esta palabra, significa arroyo, incluso fuente o curso de agua surgente, y por otra parte resorte. Tiene implícita la idea de salida, eventualmente con fuerza, de empuje.

Es una buena forma de hablar de la primavera, de esa salida de los nuevos brotes, de esa fuerza con la que un resorte salta luego de ser comprimido. El punto es que sin esa compresión previa el resorte no salta.

La primavera tiene su fuerza porque la acumuló en el invierno. Muy pocos quieren al invierno, sobre todo cuando lo comparan con los calores, pero lo cierto es que sin el descanso del invierno, sin esa fuerza que se imprime en el resorte, éste no tendría fuerza para saltar.

Los días empiezan a alargarse con el comienzo del invierno, hará frío todavía, pero para llegar a la primavera hace falta todo ese calor adicional que durante el invierno se va acumulando de a poco, así es que la primavera puede ser un estallido.

Esto me devuelve a la idea de ciclo, hacen falta bajos para que los altos sean altos y no chaturas aburridas. Hacen falta fríos para que las tibiezas sean agradables y no solamente una monotonía insulsa.

En este mundo con conciencia ecológica que vivimos, los ciclos son importantes. En la naturaleza todo hace sentido, aún el depredador que mantiene el equilibrio, y su presa que cumple la misma función.

En la primavera todos queremos renacer, salir, hacer nuevas cosas. ¿Nos recogeremos lo suficiente en el invierno como para tomar esas fuerzas que nos van a hacer falta para saltar como un potente resorte en primavera? O desperdiciaremos esta época en la que todo lo demás descansa en la naturaleza. ¿Será que las vacaciones largas debieran ser en el invierno?, para darnos así la oportunidad de bajar un cambio y cultivarnos para la explosión de la primavera.

Es probable que sea más negocio el descanso largo en verano; que en esa época se pueda vender más que en el invierno, o al menos a más gente. Entonces, en vez de descansar para luego poder saltar y correr, corremos todo el año para poder llegar al verano, salir de vacaciones, y seguir corriendo. ¿No estaremos haciendo algo mal?

Stephen Covey (1), el autor del libro que cité en la columna anterior coloca como séptimo hábito para la gente altamente eficiente el siguiente:

“Afile su hacha”.

El capítulo en el que explica lo que quiere decir con esto comienza con una especie de cuento que dice así:

“Suponga que se encuentra con alguien en el bosque, que está febrilmente trabajando para derribar un inmenso árbol.
–¿Qué está haciendo? –usted pregunta.
–No se da cuenta. –Le responde el leñador impacientemente– Estoy tratando de derribar este árbol.
–¡Pero luce extenuado! –Exclama usted– ¿Cuánto tiempo ha estado hachando este tronco?
–Más de cinco horas, –el leñador responde– ¡estoy por darme por vencido! Esto es demasiado trabajo.
–Bueno, pero: ¿por qué no toma un pequeño descanso y afila el hacha? –Pregunta usted curioso– seguramente avanzaría mucho más rápido.
–No tengo tiempo para afilar el hacha –responde el leñador enfáticamente– estoy demasiado ocupado usándola para cortar".

Suena estúpido cuando a otro le pasa, ¿no? ¿Cuándo fue la última vez que paramos para afilar la nuestra?

Ni Covey ni yo estamos hablando de salir corriendo de noche, manejando como enajenados y violando cuanta norma de tránsito sea posible, para pasar quince días en una playa atestada de gente. No se trata tampoco de tomar un avión –que últimamente es más estresante que un deporte de riesgo–, para visitar diez ciudades en cinco días. Ni siquiera se trata solamente de sentarse a no hacer nada. Afilar el hacha no es dejarla un rato en el suelo, es mejorarla, recomponerla, para eso hace falta más que un rato de televisión a la noche o levantarse tarde los domingos. No pretendo decir que esto sea malo o impropio, pero no alcanza.

Afilar el hacha tiene más que ver con realmente parar la pelota, leer algo que nos haga crecer; tener esa conversación con la gente querida a la que tenemos abandonada; invitar a un hijo, o a un padre, a dar una vuelta por el barrio o por un lugar en el que el único ruido escuchable sea el de nuestra respiración. De eso se trata afilar el hacha. Si los ejemplos que le doy no le sirven busquen los suyos, pero tiene que ser algo que nos deje mejores que antes de empezar. Se trata de recuperar energía, no de gastar más.

Creo que es un buen consejo el de Covey. Tomémonos un invierno de vez en cuando, aunque no sean los meses correctos. Afilemos el hacha, aceitemos y démosle cuerda al resorte para que podamos tener buenas y verdaderas primaveras, en donde logremos dar a alguien y a nosotros mismos algo de vida nueva.

Este unplugged es corto porque de tanto escribir sobre esto me di cuenta de que ya me toca afilar mi hacha, si usted no lo hizo últimamente, tal vez debería levantarse y hacer lo mismo.



J. R. Lucks



Referencias:
(1) Stepehn Covey: (n. el 24 octubre, 1932 Salt Lake City, Utah Estados Unidos), es conocido por ser el autor del libro de gran venta: Los 7 Hábitos de la Gente Altamente Efectiva. Posee una licenciatura en Administración de empresas, otorgada por la Universidad de Utah en Salt Lake City, una Maestría en Administración de Empresas, obtenida de la Universidad de Harvard y un doctorado en historia y doctrina de la iglesia Mormona, otorgado por la Universidad Brigham Young. Él ha dedicado gran parte de su vida a la enseñanza y practica de los preceptos que detalla en sus libros, de como vivir y liderar organizaciones y familias basándose en principios los cuales él sostiene, son universales y como tales son principios aceptados por las grandes religiones y sistemas éticos del mundo.



Volver al inicio

Por favor deje sus impresiones dando “click” sobre la palabra comentarios debajo de la fecha de publicación. Muchas gracias.

jueves, septiembre 18, 2008

18-09-08. La primavera

Ya sé que faltan tres días, pero como el 21 de septiembre no hay programa de radio, hoy 18 les hablo de la primavera.

Aparentemente, hace mucho tiempo, no existía la primavera como estación oficial. Se llamaba de esta forma a un período de tiempo, relativamente poco fijo, que venía antes del verano. Los últimos días de lo que fuese la época fría se denominaban así porque se presentía la llegada del calor, porque las jornadas eran más tibias, porque donde había hielo o nieve comenzaban los derretimientos, etcétera. Luego, con el transcurso del tiempo, se transformó en un período concreto, cobró entidad de estación como el invierno y el verano y su nombre de todas formas siguió siendo válido, porque es primo, o sea primero en latín, y antecede al verano, vere, también en latín. Como lo entendemos ahora, o como los antiguos solían hacerlo, son los primeros días de la parte cálida del año.

En francés el término que se usa es parecido. Primavera se dice printemps, y significa: los primeros tiempos. Aparentemente, en alguna época en lo que hoy es Francia el año comenzaba en primavera. Eran los primeros tiempos del año, cuando todo comenzaba a florecer y parecía renacer la vida.

Vamos entonces a una época de reinicio, de nacimiento. Sea porque son los primeros tiempos, o porque es la época en la que todo florece. Todo es fresco, todo es nuevo. Nos empezamos a sacar la ropa para comodidad de todos y deleite de unos cuantos, sobre todo de los varones. Es la época de los contrastes, del abrigo a la blusa ajustada, de los tres sweater a la panza al aire, de la bufanda a los hombros descubiertos. En fin, es la estación del descubrir. En los árboles, igualmente, pasamos del seco total a los brotes, y esto termina siendo más contrastante que de los brotes a las hojas, o de las hojas tiernas y nuevas a las grandes y crecidas.

Así que con este tema de comenzar, de iniciar de nuevo, les traje algunas frases de un libro que se está poniendo de moda nuevamente, Los 7 hábitos de las personas altamente efectivas (1). Me parecieron interesantes una serie de comentarios que el autor hace sobre las relaciones personales, y qué mejor época que la primavera para hacer renacer amistades, recuperar amores, re iniciar contactos que tal vez dejamos dormir en el invierno.

Lo primero, y probablemente lo más importante para un nuevo inicio, para un nuevo viaje, es el transporte; y en esto de las relaciones el transporte somos nosotros mismos, así que un primer consejo del autor dice:

“Si queremos cambiar una situación, primero tenemos que cambiar nosotros mismos. Para cambiar efectivamente, primero hay que cambiar nuestras percepciones.

El modo en el que vemos los problemas, es justamente el problema.

Los paradigmas son poderosos porque crean lentes a través de los cuales vemos la vida. El poder de cambiar el paradigma es el poder esencial para el cambio profundo, sea éste un cambio instantáneo o un lento proceso deliberado”.

Si la primavera es el renacer, el cambiar de estado de inactividad a renacimiento, ¿por qué no pensar nosotros en esto un poco también? Cambiar paradigmas, rever las cosas y darnos cuenta de que siempre las teñimos de nuestra subjetividad. ¿Cómo se hace esto? Fácil, pregunten a otros, preferentemente terceros desinteresados, como ellos ven las cosas; no necesariamente para hacerles caso, pero verán que sorpresa cuántos y qué diversos puntos de vista encuentran sobre la misma cosa. El autor de los 7 hábitos nos dice:

“Cada uno de nosotros tiende a pensar que ve las cosas como son, que somos objetivos. Pero ese no es el caso. Nosotros vemos el mundo, no como es sino como somos, o, como estamos condicionados a verlo.
Normalmente asumimos que la forma en la que vemos las cosas es como ellas deben ser, y nuestras actitudes y conductas se alimentan de esas presunciones.

Mientras aprendes a escuchar profundamente a otras personas, descubrirás tremendas diferencias de percepción. También comenzarás a apreciar el impacto que esas diferencias pueden producir en la medida en que la gente trata de trabajar en situaciones de interdependencia”.

Acá se introduce una palabra mágica: escuchar. Para escuchar tenemos que tener en cuenta de que hay un otro, de que no existimos sólo nosotros. El “invierno” podemos haberlo pasado solos, durmiendo, en una cueva como el oso, o en el caparazón como la tortuga. En la primavera, para que el nacimiento se produzca hace falta un otro, y a este otro hay, primero que nada, escucharlo. Hoy hemos desarrollado grandísimas capacidades de escuchar: televisión, música, lo que sea. Hay aparatos de todo tipo, para el hogar o el andar, que nos permiten escuchar, si queremos, las 24 horas del día alguna cosa. ¿Podremos escuchar a otro que se nos siente enfrente y quiera decirnos algo? ¿Por qué es importante esto? El libro que estoy citando dice sobre este tema:

“Lo que más ardientemente desea el alma del ser humano es ser entendido. Tanto como lo que más necesita el cuerpo es el aire. Si escuchas a otra persona, en profundidad, hasta que el otro se sienta entendido, es como si le estuvieses proveyendo de aire”.

Clarísimo ¿no?, si no lo entendemos desde los demás pensémoslo por nosotros mismos y vamos a ver que tiene razón. Si nosotros queremos ser entendidos, si aceptamos eso, es fácil darse cuenta de que para los demás es igual.

Después de escuchar y ser escuchados, viene el momento de poner reglas de juego para lo que sigue:

“Aclarar expectativas requiere algunas veces de un inmenso coraje. Parece más fácil actuar cómo si las diferencias no existiesen y esperar que todo salga como lo planteamos, que encararlas y trabajar conjuntamente para llegar a un escenario de expectativas consensuadas”.

Aclarar, y de allí para adelante. No caer en la trampa de actuar como si las diferencias no existiesen, porque todos sabemos que sí existen. Al menos a mí siempre me pareció que si iba a sufrir una decepción, que fuese rápido era mucho mejor a que tardase en darme cuenta. Si de aclarar expectativas la cosa se ve incompatible, es mejor darse cuenta en la primera reunión y no luego de veinte años juntos, tal vez incluso para ese momento con terceros involucrados.

Por último, después de la primavera viene el verano. En primavera se nace y en verano se madura. Las relaciones basadas en concepciones sin prejuicios, en donde los participantes se escuchan y las reglas de juego y expectativas son claras, son relaciones que maduran. Siguiendo al autor que estamos citando:

“Madurez es el balance entre coraje y consideración. Si una persona puede expresar sus sentimientos y convicciones con coraje, teniendo en cuenta, con consideración, las convicciones y sentimientos de las otras personas, ella o él serán maduros, sobre todo si el tema es de importancia para ambos”.

¿Qué tal si aprovechamos esta primavera para hacer nacer o renacer una relación? Démosle sentido a la fuerza que nos va a dar ver los brotes de los árboles, o la caída de los tapados que dan lugar a las blusas ajustadas. No parece tan difícil, pero si no lo logramos en esta primavera a no amargarse, seguramente no será la última. Después de todo, las estaciones, como gran parte de la vida, son un ciclo que se repite.

Feliz primavera, a renacer y a dar frutos.



J. R. Lucks


Referencias:
(1) Los 7 hábitos de las personas altamente efectivas. Stephen Covey. Simon & Shuster, 1989.




Volver al inicio

Por favor deje sus impresiones dando “click” sobre la palabra comentarios debajo de la fecha de publicación. Muchas gracias.

jueves, septiembre 11, 2008

11-09-08. La impostura, unplugged

Dije en la columna anterior que la impostura es básicamente una mentira. Puede ser una exageración, incluso una omisión. Dejar que alguien crea algo por no desmentirlo teniendo la oportunidad de hacerlo, es tan mentira como una que se construye con palabras. En definitiva impostura es dejar que, o hacer que, alguien crea algo que no es cierto.

Volviendo al libro de Dolina, y haciendo a un lado a los gobiernos para meternos con nosotros –creo que así tenemos más chances de cambiar algo–, él empieza de esta forma sus dichos sobre el tema que nos ocupa:

“El hombre de nuestros días vive tratando de causar buena impresión. Su principal desvelo es la aprobación ajena. Para lograrla existen diferentes métodos y estrategias.

Algunos ejercen la inteligencia, otros se deciden por la tenacidad o la belleza, otros cultivan la santidad o el coraje.

Sin embargo, por ser todas estas virtudes muy difíciles de cumplir, ciertos pícaros se limitan a fingirlas.
Por cierto que tampoco esto es sencillo: el engaño es una disciplina que exige atenciones y cuidados permanentes”.

Definitivamente coincido con este argumento de Dolina. Mentir es mucho más difícil que decir la verdad. Para mentir hay que tener imaginación, hay que pensar, hay que armar toda una realidad que no existe para que el otro se la crea. Decir la verdad es mucho más fácil, es contar lo que pasó sin tener que pensar en nada adicional. De ser cierta esta teoría, todos los vagos serían sinceros, y la verdad es que la cosa no se verifica en la realidad. Otro gran misterio de la naturaleza.

Obviamente ser tenaz o tener coraje es más difícil, tal vez, que inventar toda una gran obra de teatro para hacerles creer esto a los demás. Pero muchas veces habría que pensar esto de si una construir una mentira no lleva más trabajo que aceptar una verdad, porque me parece que no nos lo planteamos, y más de una vez terminamos transpirando de más para sostener la impostura, que lo que deberíamos para realmente transformarnos en lo que queremos que los demás piensen de nosotros.

Dolina sigue teorizando, o divagando para nuestro placer, sobre el tema y habla de gente que se preocupa por entender el tema, al punto de que sobre éste se escriben tratados:

“Los tratadistas reconocen tres tipos de impostura: horizontal, ascendente y descendente. La última consiste en mostrarse peor de lo que se es. Y no faltan economistas que postulan este camino para despertar la conmiseración internacional.

Los teóricos también han defendido el carácter ético de la impostura ascendente. El argumento principal no es muy novedoso: de tanto aparentar bondad, uno acaba por ser bueno”.

Es impresionante, pero un pensamiento casi similar se despierta en Aristóteles, tan filosofo como Dolina, aunque menos gracioso”. En su Ética a Nicómaco (1) él habla de las virtudes, y entre otras cosas dice:

“Las virtudes se adquieren por ejercerlas primeramente, como también acontece con las artes. Porque las cosas que tenemos que aprender antes de poder hacerlas, las aprendemos haciéndolas. No es pequeña la diferencia que implica adquirir, desde la niñez, hábitos de uno y otro género, sino que la diferencia es grandísima, mejor dicho, total”.

El griego no habla de fingir, pero definitivamente enfoca el asunto asegurando de que muchas cosas no nos serán naturales hasta que las practiquemos varias veces. Sería bárbaro que de tanto querer parecer buena gente terminémoslo siendo. Tal vez las primeras veces nos cueste, al punto de que casi tengamos que fingir, lo que queda implícito en lo que sugiere Aristóteles, es que de tanto comportarnos bien, terminaremos siendo buenos. Es cuestión de probar.

Volvamos a Dolina y a sus elucubraciones sobre gente que se dedica al estudio de la impostura. El sugiere en otra parte de su escrito:

“Los teóricos más barrocos del Servicio creen que la impostura es un arte. Y más aún: afirman que todo arte es una impostura. Cien gramos de pinturas al aceite se nos aparecen como un rostro misterioso o como un paisaje lunar. Quinientos kilos de bronce pretenden ser el cuerpo de Hércules”.

La impostura ¿será un arte?, y por lo tanto el impostor un artista… o toda obra de arte no será más que una impostura, y por lo tanto una mentira. Suena a juego de palabras –que a mí me gustan mucho–, pero da para pensar. En definitiva volvemos a la filosofía básica de Homero Simpson, depende de nosotros ver el Hércules o los quinientos kilos de bronce, o las dos cosas sabiendo que una es la otra y viceversa.

No son sólo Dolina y el Homero dibujado los que hablan de esto, Eric Fromm, en Del tener al ser (2), se preocupa también por este tema, sugiriendo que muchas veces nos “empaquetamos” para caer bien, o para hacerlo adecuadamente. Fromm lo introduce de esta forma:

“¿Quién no ha sido presentado a una persona distinguida o famosa o hasta con cualidades reales, o a una persona de la que desea obtener algo: un buen empleo, ser amado o admirado? En estas circunstancias, muchos individuos suelen sentirse angustiados, y a menudo ‘se preparan’ para el importante encuentro.

Piensan en los temas que podrían interesar al otro; planean de antemano cómo podrán iniciar la conversación; algunos hasta determinan toda la parte que les corresponde de la charla. O pueden animarse recordando lo que tienen: sus éxitos pasados, su personalidad encantadora, su posición social, sus relaciones, su apariencia y su traje. En una palabra, mentalmente hacen un balance de su valor, y basándose en esta evaluación, exhiben sus mercancías en la conversación.

El éxito depende en gran parte de que las personas se vendan bien en el mercado, de que puedan imponer sus personalidades, de que sean un buen ‘paquete’; de que sean ‘alegres’, ‘sólidos’, ‘agresivos’, ‘confiables’, ‘ambiciosos’; además, influyen sus antecedentes familiares, los clubes a que pertenecen, si conocen a la gente ‘adecuada’".

Es buena la analogía del paquete. Nosotros usamos muchas veces el término “empaquetar” para decir lo mismo que significa impostura, eso sí, el empaquetado es el otro con el paquete que hacemos de nosotros mismos.

Fromm, termina esta idea coincidiendo con el consejo de Dolina con el que cerré la columna anterior, proveyéndonos además de las ventajas del método sincero:

“En contraste, existen individuos que se enfrentan a una situación sin prepararse, y no se valen de ningún recurso. En vez de esto, responden espontánea y productivamente; se olvidan de sí mismos, de sus conocimientos y de su posición social. Su ego no les estorba, y precisamente por ello pueden responder plenamente a la otra persona y a sus ideas. Inventan ideas, porque no se aferran a nada, y así pueden producir y dar. Mientras que en el modo de tener las personas se apoyan en lo que tienen, en el modo de ser los individuos se basan en el hecho de que son, de que están vivos y que algo nuevo surgirá si tienen el valor de entregarse y responder. Se entregan plenamente a la conversación, y no se inhiben, porque no les preocupa lo que tienen. Su vitalidad es contagiosa, y a menudo ayuda al otro a trascender su egocentrismo”.

No es esto una apología a la falta de preparación, es, sí, una invitación a “ser” espontáneos, confiados en nuestras capacidades, naturales y sinceros.

Las preocupaciones de Fromm de hace varias décadas, plasmadas en este libro citado, se han exacerbado en nuestras épocas. Nos venden tanto y tantas cosas, que todos hemos aprendido a mercadear y a mercadearnos. Nos terminamos identificando con los productos que compramos, y por tenerlos creemos que somos lo “aventureros” que el auto que tenemos vende, o lo “sofisticados” que el teléfono, o lo “excitantes” que el perfume. Nuestro tener termina haciéndonos creer “qué” somos. El problema comienza cuando en una relación más duradera que un spot publicitario, nos bajamos del auto, al teléfono se le acaba la batería o el perfume “nos abandona”. Lamentablemente nos creemos muchas veces las imposturas de las publicidades y las transmitimos creyéndolas, con resultados normalmente poco satisfactorios y seguramente poco duraderos.

La humanidad pasó por la edad de la piedra, del cobre, del bronce, del hierro, épocas glaciares y tantas otras. La que vivimos debería llamarse la “edad de la apariencia”. Siliconas, implantes, fachadas, “paquetes”, “cómo ser popular en diez minutos”, y miles de recursos más para parecer algo distinto de lo que somos, para mostrarnos en vez de transformarnos, para aparentar características de personalidad o corporales que nunca tuvimos, o que dejamos de tener por el paso del tiempo y los golpes de la gravedad. Como todo lo demás que le pasa al ser humano, será un punto más en la evolución o en la involución. Algún día, cuando sea negocio para alguien o cuando nos asqueemos de “comprar lo que no es”, se pondrá nuevamente de moda la sinceridad, la “cara lavada”, la postura sin impostura.

Yo quiero ser positivo y activo, por eso siempre busco recursos que me permitan accionar sobre lo que no me gusta, y en esto de la mentira, aquella frase de que hacen falta dos para mentir, me pone en control porque si no escucho, si no me creo, no me pueden mentir. Para dejar de lado al dibujo animado y tomar un pensamiento de alguien más reconocido en el arte del engaño, Nicolás Maquiavelo (3) decía esto hace siglos:

“… pero es menester saber encubrir ese proceder artificioso y ser hábil en disimular y en fingir. Los hombres son tan simples, y se sujetan a la necesidad en tanto grado, que el que engaña con arte halla siempre gente que se deje engañar.”

No es diferente de lo que plantea la supuesta sabiduría de Homero Simpson. No coincido tanto con Maquiavelo en que los hombres son simples –al menos no en nuestras épocas–, pero no me cabe duda de que los que quieren engañar siguen usando las necesidades de la gente para hacerlo. Muchas de estas necesidades han de ser reales y válidas, pero otras muchas son “creadas” en nosotros por los mismos que luego nos venden los televisores, los teléfonos o los perfumes. La culpa, de no querer discernir “qué” es necesidad verdadera y cuál es impuesta como impostura para vendernos, es nuestra. Yo prefiero creer eso. No somos títeres en manos de gente interesada, a menos que nos dejemos.

No nos dejemos. Hagámosle caso a Enrique Rojas, que en un libro que ya cité (4) en este trabajo nos dice:

“El progreso material por sí mismo nunca puede colmar las aspiraciones del hombre, ni dar la felicidad cuando constituye el eje vertebral de una vida. En consecuencia, en el hombre occidental de la sociedad del bienestar, la tentación de la opulencia conduce gradualmente al individualismo, y por ende, a la difusión de falsos esquemas, que llamamos valores: éxito, dinero, poder, avidez de sensaciones, curiosidad por todo sin pretensiones de mejora… En fin una nueva decadencia, una fabulosa mentira que descubrimos demasiado tarde o en los momentos estelares, cuando una desgracia nos llega de improviso”.

No necesitemos de una desgracia para saber que una familia vale más que un auto o que un televisor de mil pulgadas. Los bienes nos pueden ayudar a hacerle creer a alguien que somos sofisticados o modernos, pero a la hora de llorar todos los pañuelos son iguales. No se hacen relaciones verdaderas instalando imposturas a diestra y siniestra, la fama no apoya en momentos difíciles como sí lo hace el amor.

Un viejo libro de estrategias para el engaño sugiere que una mentira repetida mil veces puede llegar a aceptarse como verdad, y volvemos al punto del esfuerzo que hace falta para mentir. ¿Por qué repetir una mentira mil veces?, si tal vez con menos esfuerzo realmente consigo ser valioso. ¿O es que preferimos la fama de cientos de personas que sólo quieren un pedazo de nosotros, al amor sincero de unos pocos que sí van a estar a nuestro lado en las buenas y en las malas?

Cada uno toma sus decisiones y como son propias está bien, al menos si no dañan a nadie en el proceso. Una impostura es una mentira, y las mentiras dañan. Yo trato de no “validar” impostores, yo trato de que no “me generen” necesidades. Realmente no creo que sea difícil, como cada vez más, lamentablemente, mucha gente baja la guardia, las mentiras son cada vez más burdas. Pongamos de moda la sinceridad, la cara lavada, la postura sin impostura… vamos a terminar teniendo tiempo libre.



J. R. Lucks

Referencias:
(1) Ética a Nicómaco. Aristóteles. Editorial Mestas, 2006.
(2) Del tener al ser. Eric Fromm. Editorial Paidós, 2000.
(3) El Príncipe. Nicolás Maquiavelo. Editorial Época, 1987.
(4) El hombre light. Enrique Rojas. Editorial Planeta 2004.



Volver al inicio

Por favor deje sus impresiones dando “click” sobre la palabra comentarios debajo de la fecha de publicación. Muchas gracias.

jueves, septiembre 04, 2008

04-09-08. La impostura

La palabra de hoy es impostura, o sea: fingimiento, o engaño con apariencia de verdad, según el diccionario de la Real Academia Española. El término tiene que ver con poner algo. Parte del sentido se lo da el prefijo im, que si bien en algunos casos significa negación, en este caso implica dirección, agresión, algo que se fuerza. O sea que imponer es poner algo a la fuerza, de allí palabras, por ejemplo, como impuesto, refiriéndome con esto a los que le pagamos al los gobiernos.

La impostura de la que les voy a hablar, con la connotación negativa que le da la Real Academia, tiene que ver más con ideas, porque me parece que está un poco de moda esto de fingir algo con apariencia de verdad.

Les voy a citar un libro excelente que se llama Crónicas del Ángel Gris (1), del gran maestro y filósofo Alejandro Dolina. De hecho él aborda a este tema en su libro, y le dedica un capítulo maravilloso bajo el título de: El arte de la impostura. Llega incluso a imaginar un Servicio de ayuda al impostor, que, como su nombre lo indica, colabora con sus clientes para lograr imposturas que estos le solicitan. Léanlo porque es fantástico. Un párrafo que me llamó la atención entre otros dice así:

“Los gobiernos, lo mismo que las personas particulares, viven preocupados por la opinión de los de afuera. Continuamente sugieren a la población la necesidad de mejorar lo que se llama imagen exterior.

Para lograrlo se promueve la difusión de nuestros aspectos más brillantes. Cuando nos visitan los extranjeros, se les muestran nuestros rincones más presentables, se les hace comer una empanada y se les obliga a escuchar a la orquesta de Osvaldo Pugliese”.

Así es como en este benemérito país se han acuñado frases famosas, como: “Somos derechos y humanos” y “Argentina potencia”, entre otras igual de lamentables no por lo que dicen, sino por lo que de imposturas tenían. Pero parece que la cosa no termina allí, en tren de imponer imposturas, Dolina mismo sugiere que:

“La exaltación de nuestros méritos va casi siempre acompañada de un cuidadoso disimulo de nuestros defectos. Además, en tren de aparentar y a falta de extranjeros, se suele hacer bandera ante los propios criollos”.

De allí otras frasecitas como: “La casa está en orden”, “Estamos mal pero vamos bien”, incluso, “El que apuesta al dólar pierde”.

Últimamente tenemos un lío porque se nos cruzan los mensajes. Por un lado estamos en crisis, y por eso en emergencia económica, pero crece el Producto Bruto Interno como si los brutos fuesen de lo más prolíficos. O la recaudación impositiva, justamente hablando de imposturas e imposiciones, que crece treinta por ciento cuando el aumento de la actividad económica y la inflación juntas no superan el quince. Seguramente, esto último debe ser porque mucha gente que antes no pagaba impuestos ahora sí lo hace. El problema de esa cuentita es que de seguir como vamos, para justificar el crecimiento de la recaudación va a tener que pagar impuestos más gente de la que vive en el país.

Lo cierto es que a esta altura ya no estoy seguro de que estas últimas cuestiones que acabo de ejemplificar califiquen como imposturas, porque que en la definición se hablaba de fingimiento con apariencia de verdad, y algunas de las que mencione de verdad no tienen ni apariencia siquiera.

En fin. En mi casa me decían que las mentiras tienen patas cortas, y las imposturas, por lo que la Real Academia me dice no son más que mentiras, así que deben tener patas cortas también. Por otro lado, de tanto poner algo a la fuerza en algún lado, el lugar en donde ponemos termina reventando, así que: ¿por qué no dejar de imponer tanta postura no creíble?

He ya he citado varias veces en esta columna a otro “filósofo contemporáneo” llamado Homero Simpson. Él, que es un defensor a ultranza de casi todo lo contrario de lo que yo pienso, tiene sin embargo una frase que me parece absolutamente correcta. Homero, no el griego sino el dibujito animado, en uno de los capítulos le sugiere a su mujer que:

“Para que una mentira exista hacen falta dos partes, el que la dice y el que se la cree”.

Y yo coincido plenamente. Si nos dejamos de creer las imposturas, el impostor deja de existir porque ya no tendrá donde poner a la fuerza ideas engañosas. Así que hagamos nuestra parte, que es la única que podemos garantizar.

A los impostores simplemente les dejo, del mismo Dolina, este consejo con el que cierra su capítulo:

“Vale la pena intentar el camino difícil, el más penoso, el más largo pero también el más seguro. Es el camino de la verdad. El que quiera parecer honrado, que lo sea. El que quiera fama de valiente, que se la gane a fuerza de guapeza.

Y si queremos que el mundo piense que somos una gran nación, sepamos que lo más conveniente es ser de veras una gran nación”.




J. R. Lucks

Referencias:
(1) Crónicas del Ángel Gris. Alejandro Dolina. Ediciones de la Urraca, 1988.


Volver al inicio

Por favor deje sus impresiones dando “click” sobre la palabra comentarios debajo de la fecha de publicación. Muchas gracias.