jueves, diciembre 25, 2008

Epílogo 2008

Y terminó así otro año de radio, de reflexión, de literatura y de palabras. Terminamos con las fiestas, aunque esas columnas no hayan salido muy alegres.

No se si el año que viene habrá o no columna de radio, no se si habrá programa. Seguramente, haya o no, con mayor o menor frecuencia, seguiré publicando aquí pequeñas ideas para reflexionar y citando grandes autores de todos los tiempos, después de todo, de eso se trata Ideas y Libros. Las mismas ideas, los libros siempre, las reflexiones que nunca deben dejar de estar.

Séneca sugería que los sabios disfrutaban más de la vida, porque no sólo vivían el presente, que es efímero, sino también el pasado ya que atesoraban todo lo conocido, todo lo que de una u otra forma está en los libros. De esta manera podían mirar mejor sus futuros, pensar y construir sus futuros.

Espero haber podido transmitir algo bueno, espero haber podido compartir algunas cosas interesantes con usted lector, o con el oyente de la radio. Después de todo para eso es que uno se comunica. Para eso se inventaron el papel y la imprenta, la electricidad y los transistores. Para comunicarse, para compartir.

De una u otra forma todo lo que hacemos comunica. Todo lo que hacemos es para comunicar, para comunicarnos, para dejar algo, para mostrarle algo a alguien, para nos vean, nos escuchen, nos lean, nos huelan, nos sientan.

Ojalá que este intento de comunicación tenga algo de valioso. Ojalá que haya aportado algo: el sentido de una palabra, una pista para pensar y reflexionar, un momento agradable,… algo de gozo, algo de alegría, algo de valor.

Tal vez sea demasiado pretender que algo de este libro, o alguna de las columnas de radio, haya sido un poquito una fiesta.

Yo me divertí, yo lo gocé, para mí sí fue una alegría, para mí fue una fiesta. Si usted llegó hasta esta parte del libro es que asistió a mi fiesta.

Gracias por venir. Gracias por haberse quedado. Gracias por haber hecho exitoso mi esfuerzo por comunicarme, al poner usted la única parte que yo solo no puedo. Tal vez algún día yo pueda devolverle el favor… anímese.

Gracias.



J. R. Lucks



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jueves, diciembre 18, 2008

18-12-08. Las fiestas, unplugged

La intención no es arruinar la fiesta, de hecho, todo lo contrario, pero sería bueno que no usemos las fiestas para descargar las frustraciones y las broncas del año. ¿Por qué digo esto? El hombre desde siempre ha buscado momentos de desenfreno para descargarse, y desde siempre las fiestas han sido lugares propicios para esto.

Las fiestas del desenfreno por antonomasia son las fiestas dionisíacas. Dionisio era en la mitología griega el dios del vino –también conocido como Baco entre los romanos–, inspirador de la locura ritual y el éxtasis. Adicionalmente es el patrón de la agricultura por su relación con la fertilidad, y del teatro, por lo histriónico de los cultos que se le rendían.

Su misión principal era, a través de la música y del vino, terminar con las preocupaciones o las formalidades de las obligaciones para entregarse a un éxtasis desenfrenado y despreocupado, en el cual la pérdida del sentido propiciaba la fertilidad. Es el contrario de Apolo que se relaciona más con la armonía y la razón.

Aparentemente las fiestas dionisíacas duraban siete días, en ellas explotaba la alegría popular. Los que participaban de las fiestas no dejaban de beber y se entregaban a una desmesura que no era permitida el resto del año. En algún momento, hombres y mujeres bailarines entraban en éxtasis y esto llevaba luego a grandes orgías (una excelente forma de asegurar la fertilidad). Hacían entonces el amor como dioses o como locos, olvidados de sí y del resto del mundo, sintiéndose unidos al cosmos.

El objetivo no es criticar a los griegos, aunque la desmesura no es de mis comportamientos favoritos. Lo cierto es que está bastante de moda hoy la desmesura, muchas personas buscan este tipo de excitaciones para poder sentirse bien. La gran diferencia es que en la época de los griegos no había autos para que los borrachos los manejasen, ni las drogas eran tan potentes; ellos tomaban vino rebajado con agua en vez de energizantes potenciados con licores de más de 50 grados; en fin. Eran fiestas verdaderas y no suicidios encubiertos.

Creo que la gran diferencia tiene que ver con las razones de unos y de otros. Los griegos lo hacían por la fertilidad. Dudo mucho que la intención de los dionisistas de hoy sea quedar embarazados. Da más la sensación de que lo perseguido es un escape a presiones auto impuestas y de racionalidades apolíneas que no gustan, como que hay que trabajar y trabajar para lograr niveles de consumo mínimos (y no estoy hablando de alimentación o salud sino de autos, televisores o equipos de música), que si no se alcanzan producen frustración y rechazo.

No se, pero me parece que las fiestas dionisíacas de hoy no sólo son más peligrosas sino además sin sentido. Las griegas quedaban embarazadas después de las orgías. Los dionisistas de hoy no terminan con sus problemas después de la fiesta.

La fiesta debe ser buena. La fiesta es gozo, es alegría, no hace falta el desenfreno, no hace falta la embriaguez, o mejor dicho no tiene sentido, porque no es más que una turbación pasajera de las capacidades, o sea que no resuelve, solamente confunde y nada más que por un momento.

Arreglemos nuestras tensiones antes de ir a la fiesta, y si no podemos no pretendamos que la fiesta las borre o las solucione. Festejemos lo que se pueda, sin pretender que el alcohol, las drogas, los cohetes, la velocidad o el sexo desenfrenado arreglen lo que sin todas esas intoxicaciones encima no pudimos.

Vamos por verdaderas fiestas. Si una fiesta termina en lamentos, nunca fue una fiesta. Si una fiesta termina con una vida tampoco fue una fiesta. Por esto tal vez valga la pena terminar repitiendo la frase de Aristóteles con la que cerré la columna anterior:

“Lo mejor es salir de la vida como de una fiesta, ni sediento ni bebido”.

No vaya a ser que por salir de una fiesta bebidos terminemos saliendo de la vida sedientos, por no haber podido, o querido, hacer algo de lo que creámos que tenemos como misión por ser seres humanos.



J. R. Lucks




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jueves, diciembre 11, 2008

11-12-08. Las fiestas

Como nos acercamos al fin de otro año vale la pena reflexionar sobre las fiestas. Entramos en lo que damos el llamar época de fiestas, aunque no son las únicas. Ni siquiera es época de fiestas para todo mundo, no sólo por un tema de religiones –que no festejan nada en esta parte del año–, sino porque no para todo el mundo el año termina ahora, pero bueno. En el pedazo del mundo que llamamos más o menos occidental, esta es la época de fiestas.

Fiesta viene del latín festum, y significa lo mismo que en español, celebración, gozo. La Real Academia Española habla de diversión, regocijo, en fin, un rato agradable.

Hay una canción muy conocida de Serrat que habla de las fiestas (1), pero como tiene un par de trucos, según yo, vamos a pensarla por partes según aconsejaba Jack. Entre las primeras estrofas se recita:

Y colgaron de un cordel
de esquina a esquina un cartel
y banderas de papel
lilas, rojas y amarillas.

Y al darles el sol la espalda
revolotean las faldas
bajo un manto de guirnaldas
para que el cielo no vea,
en la noche de San Juan,
cómo comparten su pan,
su mujer y su galán,
gentes de cien mil raleas.

Esta es la parte buena, compartir el pan, alegría, decoraciones, gente de cien mil raleas. Suena bien. Suena a fiesta. Pero después se arruina un poco, como dije, según yo.

Hoy el noble y el villano,
el prohombre y el gusano
bailan y se dan la mano
sin importarles la facha.

Juntos los encuentra el sol
a la sombra de un farol
empapados en alcohol
magreando a una muchacha.

Aquí se mezcla todo, esto me suena más a revuelto que a fiesta. El villano y el gusano no son fiesta, no son gozo, no son alegría, son basura, al menos hasta que se arrepientan. No debería uno bailar con ellos y darles la mano sin importarnos su facha.

Para peor se emborrachan, se pierden, y terminan magreando a una muchacha, que según el diccionario de la Real Academia Española es manosear. Esto ya no es fiesta. Esto no es gozo ni alegría.

Me preguntaba: ¿por qué nos pasa esto a los seres humanos? ¿Por qué pareciéramos encontrarle lado malo a todo lo bueno? Tal vez sea inevitable, tal vez sea parte de ser lo que somos.

Por eso lo más seguro es ir al significado verdadero de las palabras, porque muchas veces por una cosa o por otra nos confundimos. El diccionario no dice de fiesta, exceso, abuso, riesgo de muerte, pelea, etcétera. Si fiesta es gozo, es alegría, es diversión, por qué no buscar cosas cotidianas que provoquen eso, como la sonrisa de un hijo, o de un sobrino, o el encontrarse con un amigo, o el volver a casa y ser bien recibido con lo poco o lo mucho que tengamos. Eso es gozo, eso es alegría, eso es fiesta.

No entiendo a veces porqué nos complicamos, porqué buscamos sofisticaciones cada vez más raras y caras. Li Po (2), un poeta chino, supo decir hace ya como dos mil años:

“El mundo está lleno de pequeñas alegrías: el arte consiste en saber distinguirlas”.

No creo que sea una exageración. Esas pequeñas alegrías son pequeñas fiestas, porqué despreciarlas, porqué tener que intoxicarse una vez cada tanto poniéndose en peligro uno y a los demás; si aparte estas pequeñas alegrías encima son gratis, son cosa de todos los días, son cosas de la vida.

Para ir cerrando, ya que llegamos a comprar la vida con una fiesta, viene bien una frase de Aristóteles que también hace como dos mil años nos decía:

“Lo mejor es salir de la vida como de una fiesta, ni sediento ni bebido”.

Yo creo que es un buen consejo, ni mucho ni poco, lo justo, lo suficiente, para no terminar magreando a nadie, ni magreado por nadie.

Quedémonos con la primera parte de la canción de Serrat, quedémonos con el consejo de Li Po y con el de Aristóteles. Vamos a pasarla mejor, no solo en esta época que se viene sino todos los días que decidamos hacerlos de fiesta, en algo sencillo, en algo cotidiano y gozoso.




J. R. Lucks

Referencias:
(1) Fiesta, del álbum Mi Niñez. Joan Manuel Serrat. Discográfica Zafiro / Novola, 1970.
(2) Li PO o Li Tai Po: (701 - 762) Es el poeta más famoso y popular de la dinastía Tang, considerada la época de oro de la poesía china.



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jueves, diciembre 04, 2008

04-12-08. Las utopías, unplugged

Seguramente pensará alguno de los lectores que las utopías son para los ingenuos, para los cándidos. Y es efectivamente así. No cabe duda.

De hecho, las palabras: ingenuo y cándido están emparentadas. Ingenuo viene del latín ingenuus que quiere decir noble, generoso, de buena familia, leal, sincero, honrado. Propiamente significa “nacido en el país”, “nacido libre”. Se forma con las voces gignere que quiere decir engendrar, e in que quiere decir dentro. Parientes de esta familia de palabras son por ejemplo genitum, que asumo no hace falta explicar, ya que el verbo significa producir, causar, originar, o dar a luz.

Se usaba esta palabra ingenuus para designar en la antigüedad a los ciudadanos, o a los nacionales de una zona determinada, que eran considerados “parte de”, o nobles, en comparación con los extranjeros no siempre bien recibidos, o al menos sin derechos.

Con el tiempo el término noble fue cambiando y dejando de tener que ver con dónde se había nacido, para relacionarse más con cómo uno se comportaba. El ingenuo, el que era noble y por lo tanto actuaba noblemente, fue transformándose en el que por no aplicar picardía en su provecho, no siempre salía bien parado.

En estricto porteño, un ingenuo es el que no está “avivado”, entendiendo por esto último a estar al tanto de todos los trucos posibles para no cumplir con lo que la ley exige, o las buenas costumbres recomiendan.

Cándido es sinónimo de ingenuo y quiere decir blanco, puro, inmaculado, leal. El término original es candidus, y en esta familia de términos encontramos candor, que quiere decir resplandor, pureza, blancura inmaculada. Otra palabra relacionada, aunque hoy pareciera ser un pariente cada vez más lejano, que también forma parte del clan del candor, es candidato. Sería excelente que para ser candidato, los susodichos, tuviesen que pasar por un examen de pulcritud, de nobleza, de lealtad… en fin, tal vez una utopía.

Por eso, retomando el asunto, no me parece mal que los utopistas sean ingenuos o cándidos, de esa forma las utopías en las que viviremos serán, nobles, puras, inmaculadas.

Pero para ser utopista no sólo hay que preferiblemente ser ingenuo y cándido, también hay que ser poeta. Tal vez sea un poco utópico pensar de que los jóvenes de hoy puedan ser cándidos, ingenuos y poetas, pero si no lo creemos y si no los educamos así, seguramente no lo serán.

Se preguntará ¿por qué poetas? Porque las utopías hay que crearlas, y para volver a escarbar en las etimologías, poseía viene del griego, poiesis, que quiere decir justamente eso.

Para la filosofía de este pueble había tres caminos que permitían a los seres humanos desarrollarse: la teoría, o sea lo que tenía que ver con el conocimiento, con la búsqueda de la verdad; la práctica, refiriéndose a la resolución de problemas; y la poiesis, la búsqueda de la creación, el convertir pensamientos en materia, el hacer.

¿Será demasiado utópico creer en utopías en el mundo de hoy? ¿Será demasiado utópico pensar que todavía quedan cantidad suficiente de cándidos e ingenuos, nobles y puros, como para imaginar utopías decentes y crearlas? ¿Será demasiado utópico pensar que debemos ser poetas para crear un futuro mejor, hoy utópico pero mañana posible?

Yo quiero creer que no es demasiado. Yo quiero creer que es utópico sólo en el más estricto sentido de la palabra, o sea una condición optimista que no parece “hoy” realizable, pero que de ninguna manera es imposible. Por eso escribo lo que escribo.

Ojalá usted piense lo mismo que yo. Ojalá entre nosotros podamos creer y crear una utopía que valga la pena ser vivida, y de la cual nadie tenga que escribir un libro como Moro, porque al haberla hecho realidad, no tenga ya sentido presentarla como una utopía.



J. R. Lucks



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jueves, noviembre 27, 2008

27-11-08. Las utopías

Hoy les quiero hablar de las utopías. Utopía viene del griego, y significa literalmente lugar que no existe. En griego topos o topo significa lugar. Pero también se entiende como sitio, puesto, país, territorio, localidad, distrito, o región. Aparte de esto, y me extiendo porque después va a hacer sentido, también se puede usar para referirse a un espacio, una condición o categoría, una ocasión, o una posibilidad u oportunidad. La “u” con la que en español comienza la palabra quiere decir no, o negación o inclusive rechazo.

El término lo inventó Tomás Moro (1), quién en a principios del siglo XIV tituló con ese nombre a un libro de su autoría en el que describía un hipotético reino, supuestamente ideal.

Sólo para que tengan alguna idea de que se trataba esta utopía de Moro, aquí van algunos párrafos sueltos:

“Es un país que se rige con muy pocas leyes, pero tan eficaces, que […], a nadie le falta nada. Toda la riqueza está repartida entre todos.

El trazado de calles y plazas responde al tráfico y a la protección contra el viento. Los edificios son elegantes y limpios […].

[…] se considera como un crimen capital, tomar decisiones sobre los intereses de interés público fuera del Senado o al margen de las asambleas locales. Tal reglamentación se dirige a impedir que el Príncipe […] conspire contra el pueblo, le oprima por la tiranía cambiándose así la forma de gobierno.

Las instituciones de esta república no buscan más que un fin esencial: rescatar el mayor tiempo posible en la medida que las necesidades públicas y la liberación del propio cuerpo lo permiten, a fin de que todos los ciudadanos tengan garantizados su libertad interior y el cultivo de su espíritu. En esto consiste, en efecto, según ellos, la verdadera felicidad.

Los utopianos no se contentan con alejar el crimen por medio de leyes penales. Estimulan a la virtud con honores y recompensas.

[…] en Utopía, como no hay intereses particulares, se toma como interés propio el patrimonio público; con lo cual el provecho es para todos”.

La definición que nos da la Real Academia Española nos deja una esperanza. Esta noble academia dice de utopía:

“Plan, proyecto, doctrina o sistema optimista que aparece como irrealizable en el momento de su formulación”.

Lo cual quiere decir que lo irrealizable del asunto es eventualmente temporal, ya que lo plantea irrealizable en el momento de su formulación, no para siempre.

En algún momento fue una utopía que todas las infecciones pudiesen curarse fácilmente, hasta que se descubrió la penicilina. Alguna vez habrá sido utópico que la mayor parte de la gente tuviese acceso a gran cantidad de información, y hoy Internet ha resuelto en parte esa utopía. Por eso José Ingenieros (2) nos dice:

“En la utopía de ayer, se incubó la realidad de hoy, así como en la utopía de mañana palpitarán nuevas realidades”.

Anatole France (3), un escritor francés tal vez un poco utopista como Ingenieros, también nos deja una frase que vale la pena recordar. Él nos dice:

“La utopía es el principio de todo progreso y el diseño de un porvenir mejor”.

Por eso, y creo que no sólo en Argentina, sino en el mundo que vivimos, hay que ser utopista, hay que creer que hoy se puede fundar un país mejor para mañana, en vez de seguir fundiendo el que nos dejaron.

Por eso, para cerrar, les dejo una estrofas sueltas de una canción de Serrat, que también se llama Utopía como el libro de Moro. Allí van:

“¡Ay! Utopía, cabalgadura que nos vuelve gigantes en miniatura. [...]

¡Ay! Utopía, incorregible que no tiene bastante con lo posible.

¡Ay! ¡Ay, Utopía que levanta huracanes de rebeldía! [...]

Quieren ponerle cadenas Pero, ¿quién es quien le pone puertas al monte?

No pases pena, que antes que lleguen los perros, será un buen hombre el que la encuentre y la cuide hasta que lleguen mejores días.

Sin utopía la vida sería un ensayo para la muerte”.

Así que si me dejan, les pido ser utopistas, creamos que lo que hoy es imposible, o parece irrealizable, se puede si nos ponemos a hacer algo para que ocurra. Pero no sólo les pido creer en utopías, sino construir utopías. Construir esas condiciones optimistas que hoy parecen irrealizables, para que eventualmente sean posibles y reales. Creer es el primer paso, pero el segundo, el de hacer que lo que creemos se haga realidad, es tan importante como el primero.

Construyamos utopías, que si no fuese por los que hace años construyeron las muchas o pacas que tenemos hoy, no tendríamos nada. Construyámosle algunas a nuestros hijos, para que vayamos a merecer haberlos tenido.



J. R. Lucks


Referencias:
(1) Santo Tomás Moro Mártir: (1478 – 1535). Fue un escritor, político y humanista inglés. Además, destacó en poesía, fue traductor, canciller de Enrique VIII, profesor de leyes, juez de negocios civiles e incluso abogado. Su obra más famosa es Utopía, donde relata la organización de una sociedad ideal. Fue ejecutado por orden del rey Enrique VIII, tras sus divergencias frente al surgimiento de la Iglesia Anglicana.
(2) José Ingenieros: (1877 – 1925) Fue médico, psiquiatra, psicólogo, farmacéutico, escritor, docente, filósofo y sociólogo.
(3) Anatole France: (1844 – 1924) Escritor francés. Se comprometió en las causas de la separación de la Iglesia y el Estado, y de los derechos sindicales. Se presentó a diputado en las elecciones legislativas de 1914.


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jueves, noviembre 20, 2008

20-11-08. El demiurgo, unplugged

Al pobre demiurgo de Platón (1) lo fueron matando de a poco. Voy a mencionar sólo algunos de los filósofos que jugaron con la idea, como para poder entender un poco la evolución de este tema.

Uno de los “famosos” que algo tiene que ver con este asunto es Hegel (2). Con Hegel, el proceso del pensar se convierte en demiurgo. El filósofo alemán dice entre otras cosas:

“Todo lo racional es real, y todo lo real es racional”.

Cualquier semejanza con otra frase que hiciera conocida el ex presidente Juan Domingo Perón (3):

“La única verdad es la realidad”

no es pura coincidencia.

Hegel era un filósofo idealista, al igual que Platón. Pero en Platón, si bien podía ser alcanzado razonando, es como que ese mundo perfecto de las ideas estaba “fuera” del razonante, por eso el hombre debía alcanzarlo.  En Hegel pareciera que lo real es fruto del razonamiento. Por lo tanto fruto del que razona, o de alguien que razonó. Esto no se le ocurre a Hegel, ya Descartes (4) había empezado esta "moda" con su:

"Pienso luego existo"

Con estos filósofos el demiurgo comienza a mudarse dentro del razonante.

Una cosa es que el razonamiento nos acerque a lo ideal, y otra muy distinta es que lo racional sea real, porque lo racional es producto del que razona, el que razona es el hombre, y por lo tanto la realidad sería subjetiva. Si bien pudiésemos pensar que hay sólo una lógica verdadera, y por lo tanto un solo razonamiento válido, lo cierto es que en la práctica esto no ocurre. Hegel subjetiviza; si bien no define la realidad sólo como lo que percibimos –subjetividad total–, sino como lo pensamos, eso no la hace menos subjetiva.

Otro “famoso”, pero que reacciona contra esta idea de Hegel es Marx (5). Carlos Marx no es idealista, es materialista. Para él lo que existe es lo material y el humano lo percibe, eventualmente, después, lo pensará. Lo material, para Marx, está allí “antes” de ser pensado. No habla de demiurgos o de entes metafísicos –más allá de lo que la ciencia física pudiese explicar–, de dioses o creadores. Marx le dice a Hegel en su libro El Capital (6):

“Para Hegel, el demiurgo de la realidad es el proceso de pensar, al que convierte en un sujeto autónomo bajo el concepto de la ‘idea’, siendo la realidad tan sólo su apariencia externa. En mi caso es al revés, la idea no es otra cosa que la realidad material, transformada y traducida dentro de la cabeza humana.”

Marx explica al hombre como un ser de carne y hueso, producido por la historia económica. Casi podría decirse que el demiurgo pasa a ser esta historia. La realidad es consecuencia de sí misma en la historia. Cuando Marx habla de “realidad” hace referencia al contexto social e histórico, asegura que el hombre “es” sus relaciones sociales.

Aparece un poco más tarde mi gran amigo –con el cual no coincido casi en nada, pero al que no puedo dejar de leer y citar– Friedrich Nietzsche (7) . Nietzsche proclama que dios ha muerto, y ha muerto porque el hombre lo ha matado. El hombre no necesita creer en demiurgos creadores según Friedrich. El hombre debe crear –más bien el superhombre de Así hablaba Zaratustra–, no creer.

Un tiempo antes, Schopenauer (8) había afirmado que el hombre es voluntad de vivir. O sea que el hombre es, mientras y porque quiere vivir. Nietzsche ataca esta idea afirmando que el hombre es voluntad de poder, y que esta voluntad de poder va aun más allá, incluso en contra si hace falta, de la voluntad de vivir. Si alguien está dispuesto a arriesgar su vida por algo que quiere, claramente esta voluntad de poder es más fundamental que la de vivir.

En Nietzsche el concepto de voluntad de poder tiene que ver con obtener y aumentar lo obtenido. En su pensamiento si obtenemos algo y no buscamos aumentarlo, alguien nos terminará quitando lo que obtuvimos.

¿Cómo se conjuga todo esto con la idea del demiurgo de Platón? Al haber el hombre matado a dios, ya no hay un ente externo que crea la realidad. Cada hombre tiene que crear su propia realidad, e imponerla en función de su voluntad de poder. La forma de conquistar y aumentar es ser demiurgo de su propia realidad, e imponerla.

Nietzsche declara que el hombre es –o debe ser demiurgo–, lo que el hombre toma lo transforma en su realidad, y su voluntad de poder lo hace imponer su realidad a sus sometidos. Nietzsche dice:

“No hay hechos, hay interpretaciones”.

Hegel y Marx habían acercado el poder creador al hombre, sea en el pensamiento o en la historia social como demiurgo de sí misma, Nietzsche lo pone definitivamente en manos de los que tienen mayor voluntad de poder.

Para Nietzsche el hombre “común” queda un poco desamparado al no tener una realidad impuesta por un creador externo –de lo cual se da cuenta después de haber “matado” a dios–, por lo tanto lo reemplaza por los estados. Los demiurgos de Nietzsche son los estados, o mejor dicho las personas que los forman. Su idea de voluntad de poder llevada a líderes de estado le hace a él, y posteriormente a gobernantes que lo toman como filósofo primordial en sus ideologías, mucho sentido.
Las interpretaciones que para el hombre común serán realidad, son las de los que imponen su voluntad de poder. El resto no existe, (en realidad sí existe, pero si nadie lo ve es como si no existiese), al menos hasta que explota en una revolución, en un atentado terrorista, en un corte de ruta, o en cosas por el estilo.

Este es en gran medida el mundo en el que vivimos hoy. Luego de estos filósofos todas las corrientes que hablan de lo subjetivo como primordial florecen y se desarrollan. Los estados totalitarios declarados de la primera mitad del siglo XX son consecuencia de este pensamiento, y los estados totalitarios no declarados de la actualidad también.

Hay otros dos jugadores de la dinámica social y económica, que Marx enunciaba, que también tomaron estas ideas. Las empresas que venden cosas para crecer y ganar dinero, y los medios de comunicación que venden publicidad a estas empresas.

Más allá de los individuos y de la aplicación de todas estas teorías filosóficas a lo personal, el efecto causado por este concepto puesto en empresas que hacen publicidad de sus productos, en medios de comunicación que pretenden mayores audiencias para vender publicidad más cara a las empresas que venden productos, y en estados que buscan votos, es impresionante.

¿Cómo imponen la realidad las empresas, o mejor dicho la interpretación que quieren que creamos? Que tal pensar en la moda por ejemplo. ¿Es la moda lo que la gente quiere o le conviene usar?, o es lo contrario de lo que fue moda hace solo un instante para poder volver a vender zapatos, carteras, pantalones, camisas, etcétera, etcétera. La realidad de lo que se va a usar es, tal vez, la voluntad de poder de los que venden, hecha nuestra interpretación por alguien que creó esa realidad para su conveniencia.

¿Cómo imponen la realidad los medios? Que tal un trascendido a confirmar en la radio por la mañana, que en el noticiero del mediodía se amplia con reportajes a los supuestos involucrados. Por la tarde, con la polémica ya generada sobre las declaraciones, se publican un par de encuestas de opinión. En el noticiero de la tarde ya toma cuerpo y hay una noticia, que luego en el programa de opinión de la noche debaten y discuten líderes de opinión. Al día siguiente se publican en los periódicos de la mañana las repercusiones, y se prometen investigaciones a ser transmitidas en el noticiero vespertino. Que tal cuando todos los medios nombrados son del mismo grupo económico.

La realidad creada por los políticos es bastante más burda. No hay un solo discurso que hable de los aspectos positivos y negativos de una medida. Los positivos son argumentados por los oficialistas, y los negativos por los opositores. Pareciera que todos son, y nos terminan haciendo, tuertos. Verdades parciales, que son tan nocivas como las mentiras burdas, son interpretaciones impuestas como realidad por discursos y pseudo debates parlamentarios.

Pareciéramos vivir en el mundo que Nietzsche imaginó, aunque él lo que quería era evitarlo. Se cambió a su eterno enemigo, las iglesias –que según él nos imponían un demiurgo que no existía–, por otros que sí existen; y no solo eso sino que estos modernos aparte se reproducen. Nada de superhombres creadores nitzscheanos, sólo rebaños a los cuales las realidades les son impuestas para cobrarles algo a cambio de la “última moda” o de la “última noticia”; o sacarles algún voto a cambio del “último subsidio” o la “última prebenda”.

Dirán que soy un poco negativo. Puede ser. Prefiero creer que no es así, prefiero creer que entendiendo de que cada vez estamos más encerrados en una caverna –en la cual ahora ya no se proyectan sombras sino imágenes en plasmas de 42 pulgadas– puedo darme cuenta de que detrás de mío hay decenas de demiurgos que no merecen serlo. Puedo darme cuenta de que no estoy encadenado, y de que mi opinión de la realidad no tiene porqué depender de la proyección de una interpretación de otro, sino de la mía.

Nietzsche tenía razón en muchas cosas (aunque yo no esté de acuerdo). Ahora, si en su época, en la cuál no había ni plasmas ni aires acondicionados que nos mantienen adentro las cuevas, él decía que la gente prefería la realidad digerida por otro en vez de buscar sus propias ideas, ¿qué podemos esperar hoy con 180 canales en los televisores?

Para Nietzsche –y créanme que los actores sociales que mencioné antes confían en él como si fuese dios y no hubiese muerto–, la verdad la impone el poder. Podría volver a recordar la frase de Perón:

“La única verdad es la realidad”.

¿Se entiende?, la única verdad es la realidad; la verdad la impone el poder; por lo tanto: la realidad la impone el poder.

Fíjense que interesante. El filósofo sostiene que dios mató al hombre porque este dios, este demiurgo de la realidad, le pedía al hombre, cambio de esa realidad, demasiado –fe, sacrificios, compasión, cumplimiento de reglas, etcétera–, por eso el hombre se cansa y, dejando de creer, lo mata. El problema, es que como crear la propia realidad es un trabajo importante, el hombre cambia a este demiurgo por otros, los estados; aunque también puede ser la ciencia, la nacionalidad, incluso hoy una compañía que me dice que su gaseosa me hace “diferente”, u otra que proclama que sus zapatillas deportivas son lo único por lo que vale la pena vivir.

Me pregunto: ¿cumplir un par de mandamientos o ir a un templo de vez en cuando, no era más “barato” de lo que me piden a cambio de sus realidades estos nuevos demiurgos?. Cada uno sabrá la respuesta a esa pregunta, pero por lo que más quieran –dios o un par de zapatillas–: hágansela

Si fuimos capaces de matar a dios: dejar de tener fe en un multimedios disfrazado tras varias marcas y en sus “pastores” distribuidos en los distintos horarios, o dejar de rendir culto a una tarjeta de crédito, o de entregar el cuerpo –el alma no les importa– a una ideología política, debería ser bastante más sencillo.

Si no quieren resucitar a dios no lo resuciten, pero si dios no merece ser demiurgo, los que tenemos hoy menos.

Después de todo Nietzsche tenía razón, estoy tratando de imponer mi voluntad de poder, lo que yo considero que es verdad… No me deje “someterlo”. Hágale caso a Platón y salga de la caverna razonando. Deje de ver imágenes proyectadas por otros, incluidas las mías.





J. R. Lucks



Referencias:
(1) Platón: (circa. 427 a. C. /428 a. C. – 347 a. C.) fue un filósofo griego, alumno de Sócrates y maestro de Aristóteles, de familia nobilísima y de la más alta aristocracia.
(2) Georg Wilhelm Friedrich Hegel: (27 de agosto de 1770 – 14 de noviembre de 1831), filósofo alemán.
(3) Juan Domingo Perón: (8 de octubre de 1895 – 1 de julio de 1974) fue un político y militar argentino, creador del movimiento peronista.
(4) René Descartes (31 de marzo, 1596 – 11 de febrero, 1650) fue un filósofo, matemático y científico francés.
(5) Karl Marx: (5 de mayo de 1818 – 14 de marzo de 1883) fue un filósofo, historiador, sociólogo, economista, escritor y pensador socialista alemán.
(6) El Capital: Kart Marx. Editorial Siglo XXI, 2002.
(7) Friedrich Nietzsche: (15 de octubre de 1844 – 25 de agosto de 1900) filósofo, poeta y filólogo clásico alemán, fue uno de los pensadores modernos más influyentes del siglo XIX.
(8) Arthur Schopenhauer (22 de febrero de 1788 – 21 de septiembre de 1860) fue un filósofo alemán.


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jueves, noviembre 13, 2008

13-11-08. El demiurgo

Hoy les voy a hablar del demiurgo, o más bien de los demiurgos. No es una palabra de las más usadas, pero tiene un significado sencillo. Básicamente quiere decir creador. Para algunas filosofías es la entidad impulsora del universo. Para otras es directamente un dios creador del mundo y autor de lo conocido. Uno de los que pensaba esto último era el filósofo griego Platón.

Demiurgo viene del griego demios, que significa público o popular; y de ergon, que significa trabajo, hecho, obra. La palabra compuesta se traduce literalmente como el que trabaja para el público. Se la entiende como artesano, maestro y en sentido figurado, creador, hacedor.

Para Platón existía la materia, que era informe y caótica, y las ideas que eran perfectas. El demiurgo se compadece de la materia y copia en ella las ideas dándonos así el mundo de nuestra realidad. Obviamente estas ideas perfectas eran las ideas del dios creador, del demiurgo, no nuestras ideas de las cosas. Para Platón, el mundo de las ideas era el perfecto, y el de la materia una copia imperfecta de aquel.

Esto queda explicado en forma metafórica en el libro VII de su obra La República (1), cuando expone cómo los hombres conocemos las cosas, y al plantear la existencia de dos mundos, el sensible (conocido a través de los sentidos), y el de las ideas (sólo accesible mediante la razón).

El pedía imaginar a la gente encadenada en una caverna, obligada a mirar hacia el fondo de la misma. Por la puerta de la caverna pasaban los verdaderos seres –las ideas perfectas–, la gente, por lo tanto, sólo podía ver las sombras de estos seres proyectados en el fondo de la caverna ya que no podían darse vuelta para ver hacia el exterior. Cada uno pensaba, equivocadamente, que esas sombras o proyecciones que veía eran las cosas reales. En el pensamiento de Platón, estas sombras proyectadas son a las realidades, lo que la materia es a la idea. Una mesa, por ejemplo, es a la idea de mesa, o dicho de otra forma a la mesa ideal, sólo una expresión menor de lo que la idea representa.

Sobre esto se habló, se filosofó, y se discutió desde Platón hasta ahora. Hubo distintas formas de interpretar este pensamiento, y obviamente mucha divergencia.

Lo que plantea, básicamente, es que lo que creemos de las cosas no es lo que las cosas realmente son, sino sólo nuestra percepción de la realidad. Lo interesante, es que esto de la caverna y las sombras de la realidad proyectadas me pareció algo muy similar a lo que nos pasa hoy con los medios de comunicación, y particularmente con los políticos que nos hablan a través de los medios.

Hoy tenemos la capacidad de recibir noticias de todo el mundo, pero no estamos viendo la cosa real, sino una proyección de esta cosa. Y de una forma u otra acá el que hace de demiurgo es el que transmite, y, o, el que da el discurso, porque nos hace ver, o nos deja ver, muy probablemente, la parte de esa realidad que le conviene. Lamentablemente, si bien no estamos encadenados como los personajes de Platón, pareciese que alguien nos tuviese atornillados a la silla enfrente del televisor.

Al demiurgo de Platón lo hicieron morir diversos filósofos, particularmente Nietzsche, pero aun él mismo dice que como a la gente no le gusta esforzarse, se busca alguien nuevo que oficie de demiurgo, o sea que le muestre una proyección de la realidad. De allí, a preferir opiniones de y por los medios, en vez de los hechos reales y cada uno sacar sus propias conclusiones, no hay distancia. Para Nietzsche los nuevos demiurgos fueron en su época los estados, hoy son en gran parte, además, los medios de comunicación. Unos y otros tienen gran capacidad de transmitir y de ser los que definen cual es la idea que ha de ser realidad.

Por eso les traje una cita de un libro muy interesante sobre falacias (2). Algunos de sus párrafos dicen así:

“Las falacias son un mecanismo que utilizan las culturas para evitar la responsabilidad de una situación y llevan a desarrollar permanentemente soluciones aparentes que luego resultan disfuncionales.

Sólo el contexto científico, o el largo plazo, hacen que la realidad triunfe sobre la falacia.

Cuanto mayor la incertidumbre del contexto, mayor es la difusión de las falacias […].

En el largo plazo las falacias destruyen lo que se construye, pero en el corto, las falacias construidas con mucho talento […] permiten construir pirámides de fantasías y hacerlas parecer reales.

La falacia genera una disminución de la responsabilidad del hombre en su acción frente al medio, ya que le permite enfrentar realidades sobre la base de falsos razonamientos y llegar a falsas conclusiones que luego busca explicar depositando el problema en otros”.

Me pareció fantástica la descripción y la actualidad de la cita. Hoy estamos en un contexto de incertidumbre. Hoy estamos rodeados de demiurgos creadores de imágenes de supuestas realidades que nos quieren hacer creer para que vivamos de la forma que ellos quieren, o votemos lo que a ellos les parece.

No es mi intención demonizar ni a los medios ni a los políticos, en ambos casos ellos se arreglan solos para auto demonizarse, mi punto es que podemos salir de la caverna, podemos ir afuera y mirar la realidad tal cual es, en vez de las sombras que alguien nos proyecta con la intención de que la creamos realidad.

Ya Platón, hace más de dos mil años, nos decía que los problemas de percepción deben y pueden ser evitados. En su alegoría había que romper las cadenas y salir a la realidad utilizando la razón. Tratemos de hacerle caso, no nos perdamos en un par de discursos televisados, o en los que luego de los discursos los critican en la misma pantalla; pueden ser dos falsos demiurgos entreteniéndose con nosotros.




J. R. Lucks



Referencias:
(1) La República. Platón. Espasa Calpe, 2007.
(2) El Origen de las Falacias Humana. Peter Belohlavek. Editorial Blue Eagle Group, 2005.


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jueves, noviembre 06, 2008

06-11-08. Los consejos, unplugged

La literatura está llena de consejos. Tal vez no sea más que eso. Tal vez se pueda decir, sin exagerar demasiado, que la literatura no es más que un gran consejo.

Están obviamente los libros de autoayuda, que son consejos puros. Hay libros de ética o de filosofía, que ponen de manifiesto una forma de pensar, o un supuesto obrar correcto, con lo cual son de alguna forma consejos de cuáles conductas debemos seguir y porqué. Parecidos a estos están todos los libros religiosos, santos o no. Incluso las novelas, al menos las buenas, tienen un argumento y ponen de manifiesto una forma de pensar sobre algo. En las novelas a alguien le va bien o le va mal, y por lo tanto, implícitamente aunque más no sea, hay una opinión del autor en cuanto a qué se debería haber hecho o qué no.

Otras formas de literatura: los cuentos, gran fuente de consejos. La poesía, origen también de letras para temas musicales, exalta valores, cuenta conductas de las que el autor se queja o se alegra, recuerda con nostalgia o proyecta con esperanza; más o menos obvio, conductas recomendadas, opiniones con valoración que el autor transmite.

Seguramente estoy exagerando: ¡No me haga caso!... ahí fue un consejo.

Debe ser algo innato en la naturaleza humana. Vivimos, nos comportamos de una forma u otra y creemos –tal vez con razón– que a los demás les puede servir, les podemos servir.

Damos miles de consejos, aunque no siempre somos receptivos a los de los demás. ¿Por qué algo que nos gusta tanto dar, no pareciera ser tan bueno al recibirlo? Debe ser de las pocas cosas que mujeres y hombres estamos más dispuestos a prodigar, que a obtener o requerir de los demás, y eso que son gratis. Un amigo mío, José Castaña, boxeador de profesión, lo justificaba diciendo:

“Es como en mi actividad viejo, es mejor dar que recibir”.

Un viejo refrán, que yo repito mucho como aconsejando, pero, que evidentemente no termino de entender, dice:

“La experiencia ajena no le se sirve a nadie”.

Un consejo que nos aconseja no aconsejar. Una paradoja. Nos aconsejan no dar consejos basándose en una experiencia que no le sirve más que al que la vivió, o sea al que nos está aconsejando y diciendo que su experiencia no nos sirve, a pesar de que de alguna manera nos pide tenerla en cuenta.

El humano necesita comunicarse, y lo único que puede comunicar es en definitiva a sí mismo. Lo hace hablando, escribiendo, cantando, caminando por la calle, usando un tipo de ropa o practicando un deporte. En esas actividades, lo queramos o no, lo sepamos o no hay consejos, hay elecciones que hemos hecho y que consideramos correctas, hay decisiones tomadas y que con más o menos fuerza, con más o menos énfasis, muchas veces con buena intención intentamos o pretendemos imponer en los demás. Consejos.

Algunos dicen que en realidad los consejos no son más que materializaciones del amor. El que aconseja ama. Otros piensan que un consejo no es más que una muestra de soberbia, de engreimiento. Unos aconsejaran darlos por amor, aunque se supone que el que ama acepta al otro como es; otros aconsejarán, desde su soberbia, no aconsejar ya que sólo mostraríamos lo engreídos que somos.

No van a negarme que resulta agradable cuando alguien nos pide un consejo. Lo cierto también es que normalmente cuando nos los piden no sabemos que decir. Los consejos mejores son los que nos salen sin que nadie nos los pida. Cuando nos requieren nos ponen a pensar, pero aparte nos traspasan responsabilidad, y eso no le gusta a nadie.

Por eso, para que nos pidan consejos, pero no de lo que el otro necesita sino de lo que estamos pensando en cualquier momento, es que este consejo siempre me pareció interesante:

“Sonríe, esto hace que las personas quieran saber lo que estas pensando”.

Consejos, consejos y más consejos. Debo estar exagerando. Siga mi consejo: no me haga caso.



J. R. Lucks



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jueves, octubre 30, 2008

30-10-08. Los consejos

Hoy traje unos consejos, que sirven para este período de crisis financiera que vivimos, pero también para muchas otras situaciones en la vida.

Lo interesante es que están sacados del Martín Fierro (1). Lo que conocemos por el Martín Fierro es un poema gauchesco, narrativo, que en realidad se publicó en dos partes. En 1872 vio la luz la primera, llamada El gaucho Martín Fierro, y posteriormente, la continuación, que se conoce como La vuelta de Martín Fierro, fue publicada en 1879.

En este poema, que tiene más de cien años, podemos encontrar consejos que sirven para la crisis financiera mundial del 2008. ¿Por qué es esto así? ¿Es tal vez que José Hernandez, su autor, sabía mucho de finanzas globales? Definitivamente no creo. De hecho voy a citar consejos dados por un personaje que ni siquiera se podría asemejar a un fino corredor de bolsa de una gran capital del mundo. El personaje en cuestión es el Viejo Vizcacha, que por vueltas de la vida termina criando al hijo menor de Martín Fierro.

Este hombre –que en el mejor de los casos sólo podía calificar como de dudosa moral y reputación– da una serie de consejos; algunos más correctos desde un punto de vista ético, otros menos, pero lo cierto es que muchos de ellos son aplicables y lo seguirán siendo, porque tienen que ver con la sabiduría básica; esa aplica tanto a las crisis financieras del siglo XXI como a las guerras del siglo XV, o a las evoluciones del pensamiento que vayan a aparecer en el siglo XXX.

Consejo viene del latín consilium, que quiere decir entre otras cosas parecer, o sea opinión, pero también, entendiendo la palabra más profundamente, se usaba para referirse a prudencia, buen sentido, o razón.
Estos consejos del Viejo Vizcacha tienen que ver con el buen sentido, con la prudencia, por eso me parece que vale la pena recordarlos.

El primero dice así:

"El hombre, hasta el más soberbio,
Con más espinas que un tala,
Aflueja andando en la mala
Y es blando como manteca,
Hasta la hacienda baguala
Cai al jagüel con la seca".

Con la bolsa subiendo o el barril de petróleo a 150 dólares la gente se comporta de una forma, cuando la bolsa baja o el barrilito vale la mitad, la cosa se pone “color de hormiga”, como decía un mexicano amigo mío, y los soberbios se ablandan como la manteca. Me hizo acordar el tema de la soberbia, a una frase que leí hace un tiempo y que aseguraba que:

“La soberbia y la autosuficiencia sólo se curan con humillación y lágrimas”.

Debe haber unos cuantos en proceso de curación ahora, seguramente los pañuelos descartables deben estar subiendo de precio por escasez. Creo que el de Vizcacha es un buen consejo para tener en cuenta, ahora, antes de que las cosas vuelvan a subir.

Otro consejito de Vizcacha decía:

"No te debés afligir
Aunque el mundo se desplome,
Lo que más precisa el hombre,
Tener, según yo discurro,
Es la memoria del burro
Que nunca olvida ande come".

¿Cuándo nos acordaremos de que la memoria es de las armas más importantes que tenemos para no volver a caer dos veces en el mismo error? Éste, como el otro consejo, sirven para la crisis actual, que se pudo haber evitado aplicando la memoria –sea la mundial o la personal–, tanto como para otras cosas en la vida. Lo malo es que en general preferimos olvidar los malos momentos, lo cual es garantía de que los vamos a volver a vivir.

Otro verso del poema le hace decir al personaje:

"A naides tengas envidia,
Es muy triste el envidiar,
Cuando veas a otro ganar
A estorbarlo no te metas,
Cada lechón en su teta
Es el modo de mamar".

¿No habrá habido algo de eso acá?, algo de envidia, ¿no será que más allá de que el sistema estaba un poco pasado de rosca de todas formas se podía seguir y componer, pero alguien por envidia a las ganancias de otros dijo la palabra mágica y todo el mundo a correr? No creo que lo sepamos nunca, pero nuevamente esto nos sirve para antes de la crisis y para después también. La envidia es mala consejera, hablando justamente de consejos.

Por último para cerrar les dejo otro que tiene que ver con qué hacer en el tiempo que nos vamos a ahorrar por no andar envidiando a nadie. Dice así:

"Los que no saben guardar
Son pobres aunque trabajen,
Nunca por más que se atajen
Se librarán del cimbrón.
Al que nace barrigón
Es al ñudo que lo fajen".

El ahorro es la base de la fortuna, decía mi abuela cuando me regalaba un chanchito alcancía. Claro que si uno ahorra de su trabajo, y después los ahorros uno los pone en la bolsa, o peor, algún loco gobierno de algún loco país se los confisca o se los transforma en bonos incobrables, de todas formas quedamos con la retaguardia hacia el altísimo. Igual, definitivamente, es más seguro el guardar, cuando se puede, que el vivir a crédito siempre.

Así es que vale la pena retomar de vez en cuando lecturas como la del Martín Fierro. Nos puede recordar algunas cosas que sirven para siempre, como no tener envidia, trabajar y ahorrar, tener memoria y no ser soberbio. Estas cosas, aún en boca el Viejo Vizcacha son buenos consejos, buenas razones, cosas con buen sentido.



J. R. Lucks



Referencias:
(1) Martín Fierro. José Hernandez. Editorial Longseller, 2007.



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jueves, octubre 23, 2008

23-10-08. El capitalismo, unplugged

El Muro de Berlín cayó en la noche del 9 al 10 de noviembre de 1989. En estas semanas de octubre de 2008, casi veinte años después, estamos presenciando la caída de muchísimas de las bolsas de comercio de todos los países capitalistas del mundo. Vemos “desaparecer” del mercado cientos de miles de millones de dólares, o euros, en supuesto valor de empresas que siguen fabricando y vendiendo lo mismo que antes, pero que ahora para los inversionistas valen mucho menos que hace unas semanas.

La caída del muro de Berlín se consideró el principio del fin de los sistemas comunistas. Desde ese entonces el mundo sólo sería capitalista. La crisis económica mundial que acaba de empezar puede llegar a ser el principio del fin de un sistema capitalista que “se la creyó demasiado”, dando nacimiento a uno un poco menos acelerado, y seguramente, al menos por un tiempo, más regulado.

Cuando me referí a las crisis, en otra columna hace unos meses, dije que el término significaba momento de decisión. Definitivamente este momento que vivimos es para decidir.

En el plano personal habrá que ver que hace uno para preservar lo que pudo juntar y ahorrar como fruto de su trabajo. Ahí no hay ni comunismos ni capitalismos que cuenten. Desde un punto de vista más “sociológico”, deberíamos decidir en qué mundo queremos vivir, si en uno en el que el capitalismo nos lleve a subastar virginidades por internet –como en el ejemplo de la señorita de la columna pasada–; en uno en el que de un día para otro la mayor parte de los activos valgan un décimo de lo que creíamos que valían; o en uno en el que todos trabajemos, podamos ahorrar, podamos tener un buen pasar y planificar para el futuro.

Capitalismo o comunismo, los excesos son malos en ambos lados. Este capitalismo desbocado que hemos vivido últimamente, en el que consumir pareciera haberse transformado en el fin de la existencia del ser humano sobre la tierra, nos ha traído a esta época “oscura” que estamos iniciando. La historia de la humanidad nos ha dado cientos de ejemplos de cómo los excesos terminan en barbarie. Les pasó a los griegos, a los romanos, a todos los grandes imperios. Esperemos no caer tanto, esperemos no llegar a que desaparezca la cultura que conocemos, o tengamos que visitar las ruinas del mundo que construimos. Aún si evitamos esto, es seguro que para muchos, el no poder mantener el nivel de consumo a crédito que tenían antes de esta crisis, va a ser tan doloroso como fue para algún griego o romano la invasión de los imperios en los que vivían. Que nos baste con eso.

Una periodista llamada Ximena Casas inició una nota sobre tendencias de consumo publicada en el diario El Cronista Comercial del 1° de Septiembre de 2008 de la siguiente manera:

“Para las empresas, es clave detectar una nueva tendencia en las costumbres, expectativas y gustos de sus consumidores y transformarla en el producto adecuado antes que su competencia. Por ejemplo, el crecimiento del número de personas que viven solas provocó la aparición de productos en porciones más chicas. Y el aumento de los artículos premium es una respuesta al deseo de la gente de diferenciarse”.

Este párrafo solo me llevó a pensar varias cosas. Primero: ¿de qué pretende la gente diferenciarse comprando productos? No sabe esta gente que cada ser humano es, de por sí, único. ¿Qué producto –que seguramente no se fabrica exclusivamente para un consumidor– puede diferenciar a alguien más que su intelecto, que sus sentimientos, que su capacidad creativa, en fin, que su personalidad?

Es que nos han convencido de que nada de esto que acabo de enumerar es importante; o al menos no más importante que un perfume, que un desodorante, que un auto o que una camisa. La mentira en la tentación de la manzana de Eva es realmente ingenua. ¿Cierto?

Pero la primera parte del párrafo es fundamental, las empresas necesitan transformar en productos cualquier cosa que tengamos como expectativa o gusto, porque todo el sistema se sostiene siempre y cuando ellos me puedan vender algo, y yo quiera o acepte comprarlo. ¿Qué pasa si no tengo nuevos gustos o expectativas? Alguien se encargará de creármelas, alguien se encargará de cambiar el modelo de lo que tengo, la norma de transmisión, el sistema operativo o lo que sea, y, con o sin expectativas o gustos diferentes, terminaré teniendo algo que comprar.

Este capitalismo ultramoderno que vivimos se basa en un consumismo cada vez mayor y más rápido. Eso hace “inflar” los precios de las cosas. Se inflan burbujas de precio y de crédito –el ahorro se transformó en dinosaurio camino a ser fósil–, y tarde o temprano toda burbuja explota.

Sergio Sinay, escritor, periodista, especialista y consultor en vínculos humanos publicó una columna llamada: “El consumidor consumido”, en el diario La Nación del 27 de junio de 2006. La misma comenzaba de la siguiente forma:

“Occidente ha pasado del capitalismo de producción al capitalismo de consumo y, también, de la cultura del trabajo a la cultura del maquillaje. En el capitalismo de producción, como lo indica su nombre, el énfasis estaba puesto en el desarrollo de las fuerzas y los medios productivos, en la creación y fabricación de bienes. Había mucho trabajo puesto en esos productos y el orgullo del productor, ya fuere empresario u operario, nacía en la calidad y durabilidad del bien. En cierto modo, el capitalismo de producción era también de permanencia, de arraigo”.

Es auto explicativo, ¿cierto?, no suena para nada mal, trabajo, orgullo, arraigo, permanencia, durabilidad, calidad,… pero sigue:

“El capitalismo de consumo se sustenta en la creación constante y creciente de deseos para proponer su satisfacción, antes que en la producción de bienes. Se trata de crear un deseo, hacerlo pasar por necesidad y ofrecerse a aplacarlo. Lo importante ya no es lo que se fabrica, sino lo que se promete. Donde antes había bienes concretos, ahora hay intangibles. Si antes el productor ocupaba el centro de la escena, ahora la clave es el consumidor. De hecho, el desarrollo tecnológico, más otras características de la era globalizada, han hecho que cada vez más productores de carne y hueso (operarios, obreros, técnicos) hayan sido y sean reemplazados por máquinas, mientras los mercados crecen. En la fase anterior, la palabra durabilidad era medular: el bien debía durar”.

Hoy que algo dure es aburrido. El capitalismo de hoy es de volumen, no de calidad, la gente cambia las cosas antes de que se gasten, antes de que se rompan; porque antes de que todo eso pase alguien cambió la moda; además, la nueva unidad es “tan barata”, que porqué no cambiarla.

Andar en bicicleta depende de la velocidad. Si uno va muy despacio se cae. Hay que avanzar con una cierta aceleración. De esa velocidad para arriba no hay problema, excepto que “nos hacemos más livianos”, y a mucha velocidad, una pequeña piedrita en el camino puede resultar fatal.

El capitalismo no debe ser malo. Tal vez no sea ideal pero, al menos hasta ahora, resultó ser de todos los probados el sistema más razonable. Ojalá que el mundo se de cuenta de que el capitalismo es como una bicicleta –de hecho es una bicicleta–, si vamos lento nos caemos pero si vamos demasiado rápido, tarde o temprano también, y los golpes son peores.

Eso sí, como no se si el “mundo” va a leer esta columna o no, el asunto de la bicicleta lo deberíamos tomar a título personal. Nuestros capitalismos personales también son bicicletas. Las ruedas de esa bicicleta son nuestras tarjetas de crédito, y la velocidad la ponemos nosotros dejándonos convencer de que realmente tenemos gustos y expectativas nuevas, o de que el último modelo de teléfono móvil, de televisor de pantalla plana, de perfume o de auto, es “realmente” indispensable para nuestra condición de seres humanos, o nos “diferencia”.

Las crisis son momentos de decisión. Vivimos –y vamos a vivir por un tiempo–una crisis de tamaño impresionante y de orden mundial. Tomemos alguna decisión. No vamos a arreglar al mundo individualmente, pero no nos dejemos convencer por los que necesitan vender algo que la solución para el problema es la misma que lo causó: comprar demasiado, consumir demasiado.

Dejo para cerrar dos frases, una de Dolina (1), con quién también me proveí para la columna anterior. Me pareció una excelente reflexión para un momento de decisión, para una crisis:

“El Universo quiere hablarnos. Los astros se esfuerzan por dejar un recado en la puerta del alma. No entenderlo es nuestro destino. No prestarle atención es pecado. Pero lo peor es comprenderlo mal”.

La otra es de Stephen Covey (2):

“Entre el estímulo y la respuesta está nuestro mayor poder, la libertad de elegir”.

En la frase de Covey tal vez se podría haber puesto que entre el estímulo y la respuesta “debería estar” el poder de elegir, en vez de “está”, pero él es un optimista. Escuchemos, comprendamos y ejercitemos nuestra libertad de elegir. De nosotros depende que esta libertad de elegir, nuestra, esté donde tiene que estar.



J. R. Lucks



Referencias:
(1) Crónicas del Ángel Gris. Alejandro Dolina. Editorial Planeta, 2003.
(2) Los 7 hábitos de las personas altamente efectivas. Stephen Covey. Simon & Shuster, 1989.


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jueves, octubre 16, 2008

16-10-08. El capitalismo

Los otros días, en el diario, leí sobre una señorita que había puesto en venta su virginidad en un sitio de subastas por Internet. Según la nota, dicha señorita de 22 años que quiere estudiar para se experta en terapia matrimonial, tomó esta decisión para poder costearse los estudios.

Obviamente apenas se dio a conocer la noticia fue invitada a todos los programas de televisión que se les ocurra, y con esto logró una gran publicidad. Esto que relato sucedió en Estados Unidos, pero podría haber pasado en cualquier otro lado también. Aparentemente ella sostenía que vivimos en una sociedad capitalista, y por lo tanto le parecía muy natural el hecho de poder “capitalizar” su virginidad. Más allá de si es totalmente cierto, o un invento de alguien para ganar publicidad, es creíble.

Me pareció interesantísimo. Lo cierto, es que la virginidad siempre fue vendible de una forma u otra. Siempre tuvo valor porque es un bien relativamente escaso, y como sugiere la señorita que remata la suya, esa es una regla básica del capitalismo. Como últimamente, más allá de la que se encuentra en los discos para computadora, la virginidad se ha vuelto aún más escasa, es que en este caso se decía que en la subasta se llegarían a ofrecer cifras siderales, cientos de miles de dólares al menos, incluso tal vez mucho más; y si bien la chica no era fea, tampoco era la mujer más linda del mundo.

Es impresionante lo que la publicidad y la escasez logran en términos de precio de los bienes o servicios. Evidentemente hay también una demanda creciente e insatisfecha para ítems como la virginidad, lo cual pareciera ser una nueva tendencia, porque últimamente se perdía la virginidad antes que los últimos dientes de leche, pero bueno, las modas cambian.

En tren de subastar bienes escasos, no me imagino lo que se podrían llegar a pagar por cosas como estadistas, santos –de cualquier religión–, enamorados de la verdad y la justicia, próceres capaces de sacrificarse por una causa justa, etcétera.

A pesar de estar ahora un poco vapuleado, vivimos, como dice la vendedora de virginidades, en un sistema capitalista. Capital viene de raíces etimológicas que lo relacionan con la cabeza, capite en latín. De esa raíz viene capitel, que es la cabeza de una columna por ejemplo. Se relaciona también con algo importante o sobresaliente, fíjense que la capital de un estado es el distrito más importante desde el punto de vista gubernamental. La pena capital, es la pena máxima. Se llaman pecados capitales los que supuestamente son origen de los otros, y así muchos ejemplos.

En términos económicos el capital también es conocido como principal –como se dice más bien en ingles– es el origen, el punto de inicio, desde donde se producen lo intereses. Lo capital entonces es lo central, lo principal, lo que manda, la cabeza.

Esta señorita ha logrado ya capitalizar su virginidad, la transformó en algo principal, central, el asunto es que cuando alguien se la consuma, que quiere decir extinguir, ya no va a tenerla nunca más. Así es con todo, cuando consumimos, cuando las cosas se consumen, desaparecen. Más rápido o más lento, pero al capitalizar consumimos y al consumir extinguimos. Esta señorita se quedará con algo de dinero, el que le consuma la virginidad tal vez con un buen recuerdo, pero lo capital, lo que supuestamente tenía valor, desaparece.

Ni critico ni alabo este asunto, es lo que es, cada uno que piense lo que quiera y haga con su virginidad lo que pueda. A mi me lleva a pensar que de una u otra forma somos insaciables, consumimos y destruimos capital a nuestro paso, al punto de que ya podemos empezar a subastar virginidades por Internet. En alguna película de ciencia ficción nos compararon con microorganismos, tipo virus o bacterias, que se reproducen a gran velocidad por todos lados y extinguen toda vida que se les cruza, no me parece demasiado exagerada la comparación.

Lo interesante es que tenemos siempre la posibilidad de cambiar, de usar la cabeza, la cápita, para otras cosas que no tengan tanto que ver con consumir, con extinguir, sino con producir, con generar.
No soy un fanático del consumo desmedido en que nos han o nos hemos metido. Creo que eso queda claro. Subastar virginidades por Internet para capitalizarlas no es tanto un problema en sí mismo, sino un síntoma de una sociedad que pareciera no tener límite en cuanto a qué comprar, o a qué ponerle precio.
Les dejo una reflexión de don Alejandro Dolina (1), filósofo contemporáneo entre muchas otras cosas, que alguna vez contó el siguiente diálogo entre un supuesto Satanás y un hombre:

“Satanás: ¿Qué pides a cambio de tu alma?
Hombre: Exijo riquezas, posesiones, honores, distinciones… Y también juventud, poder, fuerza, salud… Exijo sabiduría, genio, prudencia… Y también renombre, fama, gloria, y buena suerte… Y amores, placeres, sensaciones… ¿Me darás todo eso?
Satanás: No te daré nada
Hombre: Entonces no tendrás mi alma.
Satanás: Tu alma ya es mía”.

Podremos disentir en si Satanás, o incluso el alma, existe o no, pero creo que la conversación imaginaria deja el tema bastante claro. Consumir y nada más, termina consumiendo, consumiéndonos. Pensemos un poco si de tanto querer y de tanto consumir no nos estaremos, de a poco, ganando el desprecio hasta de los satanases.





J. R. Lucks




Referencias:
(1) Crónicas del Ángel Gris. Alejandro Dolina. Editorial Planeta, 2003.



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jueves, octubre 09, 2008

09-10-08. El hedonismo, unplugged

Comenté en la columna anterior que se denomina hedonismo a la doctrina que proclama el placer como fin supremo de la vida. En verdad no sólo la búsqueda del placer, sino también, y a la vez, la supresión del dolor.

Esta doctrina se inició en Grecia, algunos siglos antes de Jesucristo, y estuvo desarrollada por varias escuelas. Una de ellas, la cirenaica, fundada por Aristipo de Cirene que fue discípulo de Sócrates, tenía a su vez relación con la escuela cínica, la de Diógenes (no el perro del linyera de Fontanarrosa, sino el filósofo). La otra escuela se llamaba epicúrea.

Los cirenaicos se ocuparon fundamentalmente de cuestiones de ética. Para ellos el bien se identificaba con el placer, aunque éste debía entenderse también como placer espiritual.

Para la escuela cirenaica el casi único criterio de verdad se halla en las emociones internas. En cuanto al origen del conocimiento, debía buscárselo en la sensación. Los cirenaicos, entonces, exaltaban los sentidos como la única fuente de adquisición de conocimiento, es una escuela subjetivista.

En lo que concierne al supremo fin del hombre debo ser considerado como la felicidad, que para Aristipo, consistía en librarse de toda inquietud, siendo la vía para lograrlo la autarquía. Este término describía una conducta que en general fomentaba el ideal de una vida sencilla, en la cual el sujeto tuviese dominio sobre sus pasiones y acciones, y tuviese como principio de vida el ejercicio de la virtud. Frases como: “No es rico el que tiene más sino el que necesita menos”, podría haber sido dicha perfectamente por un cirenaico.

Fíjense que interesante y que actual. Exaltar las sensaciones. El fin de la vida es el placer y evitar las complicaciones. Y por último lo subjetivo, o sea lo propio, lo de uno, por encima de lo de los demás. Se parece mucho a como se vive hoy. Placer por sobre todo, no me meto en lo de los otros, no me comprometo con otros para no complicarme, no le presto atención nada más que a lo que yo pienso. Vivimos en tiempos del hedonismo.

El punto es “para qué” hay que vivir así. Porque esta escuela decía que había que hacer esto para tener una vida sencilla, dominar las pasiones y ejercitar la virtud. Ahí me parece que se le diferencia bastante de la forma de vivir de hoy. El “cómo” vivir, lo tomamos al pie de la letra, pero el “para qué” vivir así, que en definitiva debe ser más importante, lo ignoramos un poquito.

Vamos a escarbar algo más en el tema. El otro maestro del hedonismo fue Epicuro. Éste filósofo también se ocupaba de cuestiones éticas, él plateaba una ética de la reciprocidad. Su enseñanza coincidía con que había que maximizar el bien, o el placer; y minimizar el mal, o el dolor. Para esto predicaba una ética de hacer a los demás lo que queremos que nos hagan, refiriéndose al bien; pero también una de no hacer a los demás lo que no queremos que nos hagan, o sea el mal, o causar dolor.

Para lograr lo que Epicuro plantea, hay que pensar en los demás. Una cosa es que crea que mis sensaciones y mi pensamiento deben ser las cosas a las cuales prestar atención, y la otra es creer que los demás no existen, o peor, que son cosas que están allí para ser usadas por mí en la obtención de placer.

Creo que se puso de moda esto del hedonismo por lo que sugerí antes. A todos nos gustan los “títulos”: placer, felicidad, ausencia de complicaciones, etcétera. El asunto es que los que retomaron este tema para ponerlo de moda y vender como locos, dejaron de lado el asunto de la ética, de los demás a los que hay que respetar, en fin, dejaron de lado cosas que en el hedonismo verdadero son tan o más importantes que los “títulos”, ya que son su sentido de ser.

Uno de los filósofos contemporáneos que adhieren al hedonismo se llama Michel Onfray (1). Fíjense lo que él, que sí sabe de esto y no está sólo tratando de vender zapatillas o bebidas energizantes, dice del tema del cual estamos hablando en una entrevista (2) publicada en 2001.

"Se cree que el hedonista es aquel que hace el elogio de la propiedad, de la riqueza, del tener, que es un consumidor. Eso es un hedonismo vulgar que propicia la sociedad. Yo propongo un hedonismo filosófico que es en gran medida lo contrario, del ser en vez del tener, que no pasa por el dinero, pero sí por una modificación del comportamiento. Lograr una presencia real en el mundo, […]."

El verdadero hedonismo, no el vulgar, no se trata de llevar las sensaciones al máximo, no se trata de egoísmos, no se trata de consumir todo lo que se nos cruce para maximizar un placer exacerbado. Onfray nos da el mismo consejo que Fromm: “ser en vez de tener”. Nos sugiere un hedonismo filosófico que él mismo llama contrario al que propicia la sociedad. Nos propone buscar placer, que obviamente no es malo, pero no en el consumir sino en el construir, en una modificación del comportamiento. Ya los antiguos, los fundadores del hedonismo nos hablaban de la ética de la reciprocidad, de reducir los males al no provocarlos; de pensar inevitablemente en el otro como elemento indispensable para esto de la felicidad, pero no como objeto a nuestra disposición.

Aún este autor, con el que no coincido muchas cosas de las que propone, encuentra un punto en el que podemos acordar. Él se molesta porque se usa el nombre de su filosofía para justificar algo que considera vulgar; yo porque nos dejamos llevar por modas que nos deshumanizan cosificándonos, entendamos lo que es le verdadero hedonismo o no.

Cómico ¿no? El hedonismo actual de brutal consumismo, de exaltación de lo sensual, de lo relativo a los cinco sentidos y nada más, nos lleva a despersonalizar al otro ya que lo transformamos en un objeto capaz de darnos placer, pero placer sensual solamente. Nos quedamos en el placer que sentimos en la piel, cuando lo que verdaderamente nos sugiere el hedonismo es que entremos un poco más profundo, que construyamos y no que solamente consumamos.

Consumir es justamente extinguir, gastar. A la larga consumir es igual a desaparecer, a morir. Me pregunto: ¿cómo puede ser el morir causa de placer?

Nos confunden o nos confundimos. Lo sensual, lo que se siente en la piel, o en el gusto, o en el olfato, en definitiva en los cinco sentidos, es tan llamativo a nuestro cerebro que no le damos tiempo a sentir más adentro. Usamos los órganos y los aparatos que nos constituyen a un punto ridículo de auto destrucción con tal de sentir un supuesto placer que no es más que una ilusión de corto plazo.

Tomemos por ejemplo el aparato digestivo y todos los órganos asociados. Nos privamos muchas veces del placer de un cuerpo sano por una alimentación correcta, que es el objetivo de ese conjunto de órganos, y nos enceguecemos por el placer de corto plazo que nos causan comidas inadecuadas en las papilas gustativas, (un ínfimo trozo de ese aparato). Terminamos con cuerpos enfermos –que no causan placer sino dolor y complicaciones–, y con sobrepesos que afectan toda nuestra vida. Otras veces para seguir modelos de delgadez que nos imponen desde la moda nos privamos del placer de ese cuerpo sano en busca de uno delgado, al punto de llegar a diversas situaciones de dolor como con la bulimia y la anorexia. Los antiguamente criticados ayunos religiosos pasaron a ser un juego de niños, comparados con las dietas no saludables y los excesos de delgadez perseguidos para poder usar un talle cero, Lamentablemente se podría hacer una equivalencia de estos ejemplos con cada aparato del cuerpo humano, el reproductivo, el olfativo, o casi con cada órgano, y siempre detrás ha de haber una moda que justifica una compra.

Seamos hedonistas, pero con criterio. Ni el sobrepeso, ni la anorexia llevan a la felicidad que Epicuro u Onfray proponen. Acá no es cuestión de no venderle el alma al diablo, el asunto es como no regalarle el cuerpo a la moda o a la publicidad.

Desde que los filósofos griegos se juntaban en algún bar a charlar –perdón la digresión–, la humanidad piensa si debe ir detrás del placer y las sensaciones (hedonismo), o del deber y la razón (estoicismo). Como en casi todo lo demás, según creo, la solución está en el medio. ¡Como me gustaría haber sido invitado a esa mesa de café con estos griegos!

Esta cita (3) puede darnos una perspectiva de lo que quiero decir:

“Hoy más que nunca, el sentir, no por cierto el razonar, domina la cultura. El poder de las ideas pret a porter (listas para usar) que había surgido de las revoluciones Francesa o Rusa, deja el puesto al poder de la sensología pret a porter, que sostiene o soporta la moda y el gusto de las masas. La ideología es sucedida por la sensología, que produce un desarraigo de la subjetividad, una homologación sin precedente”.

El placer exacerbado y sentido sólo en la piel, en gran parte como vivimos hoy, no nos va a llevar más que a consumirnos consumiendo. El deber y la razón al extremo –males de otras épocas tal vez–, tampoco son buenos. No está para nada mal buscar placer, pero hay deberes que también causan placer, hay que encontrarlos, definirlos, aprenderlos.

La razón y lo sensual están presentes en el hombre para que los balancee, no para que anule a uno en función del otro. Tenemos la responsabilidad de ser humanos. Ni los animales son tan tontos como para comer de más o de menos, o basura que les hace mal, ¿por qué nosotros con nuestra razón no podemos encontrar el equilibrio entre dejarnos sentir ese placer que nos construye, y construirnos para generar placer para nosotros y para otros en lo trascendente? Otro filósofo4, argentino ahora, nos indica qué debe ser esto trascendente:

“En lo humano –‘animal enfermo’, lo calificó Hegel con precisión–, la animalidad –léase naturaleza– está ‘enferma’; es decir, no funciona automáticamente, sino que, más bien, está combatida, reprimida, desviada de sus automatismos innatos.
Hay que comer, dictamina la naturaleza. La historia personal del asceta o del dietista ordena, al contrario, ayunar, dejar de comer.
La naturaleza otorga poderes.
La historia los canaliza en estructuras de sentido, en un qué, y por qué, y para qué.
Estamos ante la Ley porque estamos ante el qué, y el porqué, y el para qué compartimos con los demás.
Algo que no es yo, que está por encima de mí, o por delante de mí, y hacia donde debo ir”.

Hemos, o nos han hecho, llevar la deificación del placer sensual a tal punto, que ya más que la lucha entre el placer y el deber parecemos haber hecho del placer una obligación. Nos obligamos a sentir placer, o nos obligamos para sentir placer. Epicuro le tiraría una piedra por la cabeza a alguien que se destruye y se consume a sí mismo y a su familia con tal de ir quince días al Caribe por unas supuestas vacaciones de placer, o al que se enferma de muerte para sentir el supuesto placer de poder ponerse un talle más chico. Nos confundimos o nos confundieron tanto que nos enfermamos.

Es muy probable que yo sea mucho más estoico que hedonista, al menos lo fui durante gran parte de mi vida. Entre otras cosas, la crisis de la mitad de la vida que tuve hace ya bastante, me permitió permitirme un poco más de hedonismo.

El buen hedonismo es bueno, valga la redundancia o el juego de palabras. Pero si vamos a llamarnos hedonistas leamos un poco más de que se trata, de otra forma llamémonos consumistas, superficiales, egoístas, suicidas o lo que sea, pero no usemos para definirnos un término que es mucho más profundo que el tercer plato de ravioles con salsa los domingos, una pastilla deshidratante en una discoteca, o incluso un bar de intercambio de parejas. Este hedonismo moderno en el que vivimos les causa mucho más placer a los accionistas de las compañías que nos venden los supuestos elixires de placer que a nosotros mismos.

La columna anterior comenzó describiendo cómo el placer es producto de la vida y el amor. Transformemos a ésta en una regla simple para “aprobar” placeres en nuestra vida. Si lo que nos están vendiendo u ofreciendo va en contra de la vida, o del amor, no es placer aunque parezca.


J. R. Lucks



Referencias:
(1) Michel Onfray: (nacido en 1959 en Francia). Doctor en filosofía, enseña esta materia en el Lycée de Caen de 1983 a 2002. Según él, la educación nacional enseña la historia oficial de la filosofía y no aprender a filosofar. Dimite en 2002 y crea la Universidad Popular de Caen y escribe su manifiesto en 2004 (communauté philosophique). Michel Onfray cree que no hay filosofía sin psicoanálisis, sin sociología, ni ciencias. Un filósofo piensa en función de las herramientas de que dispone; si no, piensa fuera de la realidad.
Sus escritos celebran el hedonismo, los sentidos, el ateísmo, al filósofo artista en la raza de los pensadores griegos que celebran la autonomía del pensamiento y de la vida. Su ateísmo es sin concesiones, expone que las religiones son indefendibles como herramientas de soberanía y trato con la realidad. Forma parte de una línea de intelectuales próximos a la corriente individualista anarquista, intentando entroncar con el aliento de los filósofos cínicos (Diógenes), y epicúreos (Epicuro).(
(2) Entrevista a Michael Onfray por Cecilia Bembire. Diario Página 12, 2001.
(3) Occasione o tentazione? Arte di discernere e decidere. Silvano Fausti. Editorial Ancora, 2005. Traducción de la cita por José Ricardo Lucks.
(4) El hombre que está solo y no espera. Jaime Barylko. Editorial Planeta, 2000.


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jueves, octubre 02, 2008

02-10-08. El hedonismo

La palabra de hoy es hedonismo. Esta palabra viene de hēdonē que en griego significa placer. Con este término se denomina a una filosofía que sugiere que el hombre debe buscar placer, y que esta búsqueda sólo puede traerle buenas consecuencias.

Hēdonē era una diosa en la mitología griega. En la romana se llamaba Voluptas, de allí términos como voluptuosidad que también se refiere al placer. Placer viene de placere, que es gustar, de allí, por ejemplo, el italiano piace. Lo que me gusta me causa placer. Igualmente Voluptas viene de la raíz volup, que significa agradable o a gusto.

Hēdonē, en la mitología, era hija de Eros y de Psyche. Eros es hijo de Afrodita, diosa de la belleza, y él mismo es dios del amor. En la mitología romana Eros es el famoso Cupido. Psyche, que significa soplo en griego, era considerada la fuerza vital, lo que daba vida. Tenía que ver en la antigua Grecia con el pensamiento, la conducta y la personalidad. Era también lo que se conocía como alma. El hombre moría cuando este soplo vital, o alma, dejaba el cuerpo.

Según la leyenda, Afrodita, o sea la belleza, estaba celosa de Psyche porque era muy linda. Se puede decir la belleza estaba celosa de la vida, o del soplo vital. Entonces manda a su hijo Eros, el amor, para que la hechice y la haga enamorarse del hombre más feo del mundo. ¿Qué pasa realmente? Eros se enamora de Psyche, la rapta y se la lleva con él. El amor se enamora de la vida y no le hace caso a la belleza. La historia es un poco más larga, hay un par de traiciones en el medio, la cuestión es que Eros se enoja con Psyche y ésta va con su suegra, la belleza, a pedir ayuda. Afrodita le pone como condición cuatro tareas imposibles, que la vida, o sea Psyche, termina logrando realizar en busca del amor de Eros. En el final de la leyenda la vida recupera al amor, y todos felices con suegra incluida.

Vean que bueno. La vida en busca del amor es capaz de hacer cualquier cosa, incluso a pesar de la belleza, que hoy parece seguir siendo divinidad siendo que hay millones de personas que la deifican todos los días.
Hay un montón de cosas que aprender de esto, pero me gustó el punto de que el placer, Hēdonē, es hija de la vida y del amor. De una vida que hace grandes esfuerzos y pasa grandes tribulaciones para recuperar a su amor, para conseguir el amor.

Reinterpretando a los griegos podría decir que la belleza, que no es más que un placer superficial, o al menos pasajero, no puede complicarle las cosas a la vida de tal forma como para que esta, si tiene convicción, no pueda conseguir el amor. Y cuando juntamos vida y amor, el producido es placer.

Hablando de esto de la vida y del amor, Facundo Cabral (1) nos recita (2):

“El que hace lo que ama, está benditamente condenado al éxito, que llegará cuando deba llegar, porque lo que debe ser será y llegará naturalmente.

No hagas nada por obligación ni por compromiso, sino por amor.

Entonces habrá plenitud, y en esa plenitud todo es posible y sin esfuerzo, […]”.

Al menos a mí, una plenitud en la que todo es posible y sin esfuerzo, me suena a placer. Por otra parte, Jeremy Leven (3), el autor del guión de la película Don Juan de Marco (4), le hace afirmar al protagonista:

“Son sólo cuatro preguntas de valor en la vida: ¿Qué es sagrado?, ¿de qué esta hecho el espíritu?, ¿por qué vale la pena vivir?, ¿por qué vale la pena morir? La respuesta es la misma. Sólo por amor”.

A pesar de que suena claro en las voces de estos cantores y personajes, creo que nos confundimos o nos confunden para que busquemos más cantidad de placer que calidad de placer. En un mundo en el que consumir es tan importante, los que venden prefieren vender mucho antes que vender bueno, y eso nos termina llevando a buscar excesos de placer, en vez de buscar placer en las cosas duraderas, como el amor. Lo superficial, lo momentáneo, lo pasajero, siempre es más “barato” que lo profundo. Lo superficial es descartable, y de lo descartable terminamos comprando más unidades.

Volviendo un poco más a la literatura, Juan Luis Vives (5), en El tratado del alma (6), nos dice:

“Ciertamente, hay hombres de índole tan brutal que se dejan llevar sólo de los placeres de los sentidos; mas nosotros debemos mirar a las almas superiores y de mayor nobleza, que se deleitan más con los sentidos interiores que con los externos, con el pensamiento antes que con la fantasía, y dentro del pensar con la reflexión principalmente […]”.

A mí particularmente la reflexión me causa placer; pero como todavía nadie me puede cobrar por reflexionar, y sí por lo que tiene que ver con los placeres que percibo por los sentidos exteriores como el tacto, olfato, vista, oído y gusto, reflexionar no lo pone de moda ninguna empresa.

Hoy muchas veces relacionamos placer con cosas que no tienen que ver con el amor sino sólo con la mecánica sexual que en definitiva nos entra por tacto. No siempre relacionamos el placer con lo que causa vida, sino con lo que la pone en peligro, como las drogas, o los excesos de alcohol, que van de la mano con el gusto, o el olfato. Nos hemos concentrado en la obtención de placer sólo a través de los cinco sentidos externos. En gran medida dejamos de lado las otras sensaciones que causan placer, y que no tienen que ver los sentidos básicos.

Por eso, para ir cerrando, los invito a ser hedonistas pero no tan superficialmente. Propongo que tratemos de producir placer juntando vida y amo, como en la leyenda griega. Para eso les voy a sugerir otros cinco sentidos que podemos y debemos tener y desarrollar. Estos me los hizo ver hace un tiempo un profesor (7) mío:

Sentido de misión. Tenemos misiones en la vida, debemos buscar placer en esas misiones. Consumir solamente no es suficiente.

Sentido de responsabilidad. Para con los demás y para con nosotros también. Estar a la altura de las circunstancias y cuidarnos responsablemente, también produce placer y nos preserva para dar placer a otros.

Sentido de urgencia. Muchas veces nos necesitan y saber responder cuando nos requieren causa y nos debe causar placer.

Sentido común. Para saber discernir qué nos hace mal y qué nos hace bien. Pareciera últimamente que hasta los animales, que sí entienden qué es bueno para ellos y qué no, tienen más sentido común que los humanos.

Y por último, sentido del humor. La risa cura, y poder reírse de uno mismo es el mejor remedio para reconocer errores, cambiar, y a la larga ser mejores.

Ojalá que podamos darle a estos cinco sentidos algo de la atención que les damos a los otros cinco. Vamos a gastar menos plata en cosas superfluas, y seguramente el placer que produzcamos ha de ser más duradero.



J. R. Lucks



Referencias:
(1) Facundo Cabral: cantautor argentino nacido el 22 de mayo de 1937 en la ciudad de Balcarce, Provincia de Buenos Aires, Argentina. A temprana edad, su padre abandonó el hogar dejando a su madre con sus tres hijos, los cuales emigraron hacia Tierra del Fuego, al sur de Argentina. Cabral tuvo una infancia dura y desprotegida, convirtiéndose en un marginal al punto de ser encerrado en un reformatorio. En 1959 ya tocaba la guitarra y cantaba folklore, siendo sus ídolos Atahualpa Yupanqui y José Larralde, se traslada a Mar del Plata, ciudad balnearia a Argentina, y solicita trabajo en un hotel, el dueño lo ve con su guitarra y le da la oportunidad de cantar. Así comenzó su carrera dedicada a la música, siendo su primer nombre artístico “El Indio Gasparino”. En su acervo discográfico, (no completo aún) hay varios grabados en vivo como: Cabralgando, Pateando Tachos, El mundo estaba bastante tranquilo cuando yo nací, Ferrocabral y Lo Cortez no quita lo Cabral Vol. 1 y 2 entre otros. Como autor literario fue invitado a La Feria Internacional del Libro en Miami, donde habló de sus libros, entre ellos: Conversaciones con Facundo Cabral”, Mi Abuela y yo, Salmos, Borges y yo, Ayer soñé que podía y hoy puedo, y el Cuaderno de Facundo. En reconocimiento a su constante llamado a la paz y al amor, en 1996 la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) lo declaró Mensajero Mundial de la Paz.
(2) No estás deprimido, estás distraído. Facundo Cabral.
(3) Jeremy Leven; Guionista, director, productor y novelista estadounidense nacido en 1941.
(4) Don Juan De Marco es una película estadounidense dirigida por Jeremy Leven, producida por Francis Ford Coppola y protagonizada por Johnny Depp, Marlon Brando y Faye Dunaway. Fue estrenada el 7 de abril de 1995.
(5) Juan Luis Vives: (Valencia, 6 de marzo de 1492 -Brujas, 6 de mayo de 1540), fue un humanista, filósofo y pedagogo español.
(6) El tratado del alma. Juan Luis Vives. Espasa-Calpe, 1945.
(7) Guillermo Fraile. Profesor del Área Académica Dirección Financiera del IAE, y Director del Centro Standard Bank Conciliación Familia y Empresa.


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jueves, septiembre 25, 2008

25-09-08. La primavera, unplugged

Primavera en inglés se dice spring. Esta palabra, significa arroyo, incluso fuente o curso de agua surgente, y por otra parte resorte. Tiene implícita la idea de salida, eventualmente con fuerza, de empuje.

Es una buena forma de hablar de la primavera, de esa salida de los nuevos brotes, de esa fuerza con la que un resorte salta luego de ser comprimido. El punto es que sin esa compresión previa el resorte no salta.

La primavera tiene su fuerza porque la acumuló en el invierno. Muy pocos quieren al invierno, sobre todo cuando lo comparan con los calores, pero lo cierto es que sin el descanso del invierno, sin esa fuerza que se imprime en el resorte, éste no tendría fuerza para saltar.

Los días empiezan a alargarse con el comienzo del invierno, hará frío todavía, pero para llegar a la primavera hace falta todo ese calor adicional que durante el invierno se va acumulando de a poco, así es que la primavera puede ser un estallido.

Esto me devuelve a la idea de ciclo, hacen falta bajos para que los altos sean altos y no chaturas aburridas. Hacen falta fríos para que las tibiezas sean agradables y no solamente una monotonía insulsa.

En este mundo con conciencia ecológica que vivimos, los ciclos son importantes. En la naturaleza todo hace sentido, aún el depredador que mantiene el equilibrio, y su presa que cumple la misma función.

En la primavera todos queremos renacer, salir, hacer nuevas cosas. ¿Nos recogeremos lo suficiente en el invierno como para tomar esas fuerzas que nos van a hacer falta para saltar como un potente resorte en primavera? O desperdiciaremos esta época en la que todo lo demás descansa en la naturaleza. ¿Será que las vacaciones largas debieran ser en el invierno?, para darnos así la oportunidad de bajar un cambio y cultivarnos para la explosión de la primavera.

Es probable que sea más negocio el descanso largo en verano; que en esa época se pueda vender más que en el invierno, o al menos a más gente. Entonces, en vez de descansar para luego poder saltar y correr, corremos todo el año para poder llegar al verano, salir de vacaciones, y seguir corriendo. ¿No estaremos haciendo algo mal?

Stephen Covey (1), el autor del libro que cité en la columna anterior coloca como séptimo hábito para la gente altamente eficiente el siguiente:

“Afile su hacha”.

El capítulo en el que explica lo que quiere decir con esto comienza con una especie de cuento que dice así:

“Suponga que se encuentra con alguien en el bosque, que está febrilmente trabajando para derribar un inmenso árbol.
–¿Qué está haciendo? –usted pregunta.
–No se da cuenta. –Le responde el leñador impacientemente– Estoy tratando de derribar este árbol.
–¡Pero luce extenuado! –Exclama usted– ¿Cuánto tiempo ha estado hachando este tronco?
–Más de cinco horas, –el leñador responde– ¡estoy por darme por vencido! Esto es demasiado trabajo.
–Bueno, pero: ¿por qué no toma un pequeño descanso y afila el hacha? –Pregunta usted curioso– seguramente avanzaría mucho más rápido.
–No tengo tiempo para afilar el hacha –responde el leñador enfáticamente– estoy demasiado ocupado usándola para cortar".

Suena estúpido cuando a otro le pasa, ¿no? ¿Cuándo fue la última vez que paramos para afilar la nuestra?

Ni Covey ni yo estamos hablando de salir corriendo de noche, manejando como enajenados y violando cuanta norma de tránsito sea posible, para pasar quince días en una playa atestada de gente. No se trata tampoco de tomar un avión –que últimamente es más estresante que un deporte de riesgo–, para visitar diez ciudades en cinco días. Ni siquiera se trata solamente de sentarse a no hacer nada. Afilar el hacha no es dejarla un rato en el suelo, es mejorarla, recomponerla, para eso hace falta más que un rato de televisión a la noche o levantarse tarde los domingos. No pretendo decir que esto sea malo o impropio, pero no alcanza.

Afilar el hacha tiene más que ver con realmente parar la pelota, leer algo que nos haga crecer; tener esa conversación con la gente querida a la que tenemos abandonada; invitar a un hijo, o a un padre, a dar una vuelta por el barrio o por un lugar en el que el único ruido escuchable sea el de nuestra respiración. De eso se trata afilar el hacha. Si los ejemplos que le doy no le sirven busquen los suyos, pero tiene que ser algo que nos deje mejores que antes de empezar. Se trata de recuperar energía, no de gastar más.

Creo que es un buen consejo el de Covey. Tomémonos un invierno de vez en cuando, aunque no sean los meses correctos. Afilemos el hacha, aceitemos y démosle cuerda al resorte para que podamos tener buenas y verdaderas primaveras, en donde logremos dar a alguien y a nosotros mismos algo de vida nueva.

Este unplugged es corto porque de tanto escribir sobre esto me di cuenta de que ya me toca afilar mi hacha, si usted no lo hizo últimamente, tal vez debería levantarse y hacer lo mismo.



J. R. Lucks



Referencias:
(1) Stepehn Covey: (n. el 24 octubre, 1932 Salt Lake City, Utah Estados Unidos), es conocido por ser el autor del libro de gran venta: Los 7 Hábitos de la Gente Altamente Efectiva. Posee una licenciatura en Administración de empresas, otorgada por la Universidad de Utah en Salt Lake City, una Maestría en Administración de Empresas, obtenida de la Universidad de Harvard y un doctorado en historia y doctrina de la iglesia Mormona, otorgado por la Universidad Brigham Young. Él ha dedicado gran parte de su vida a la enseñanza y practica de los preceptos que detalla en sus libros, de como vivir y liderar organizaciones y familias basándose en principios los cuales él sostiene, son universales y como tales son principios aceptados por las grandes religiones y sistemas éticos del mundo.



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